20 de febrero de 2008

DISCOVERY CHANNEL: Highway to Hell (1992)


Autopista al infierno

USA

Dirección: Ate de Jong

Guión: Brian Helgeland










(Montándoselo en el coche)
Rachel: Charlie... Charlie, not in a Ford Pinto.
Charlie: Just close your eyes and picture a Porsche.


El bueno de Charlie sabía lo que se decía y con ese consejo apresurado, en pos de lograr vencer la resistencia virginal de su pareja, a punto estuvo de salvarla de ser el objeto más codiciado de un Hades caprichoso y libertino.

¡Cómo hemos disfrutado la familia del Ático con esta pequeña delicia que pide a gritos ser descubierta! Hasta nuestro particular perro Cancerbero ha gozado de su sosias en el film, animado en Stop-Motion. Éste es sin duda el material del que están hechos los sueños (o las pesadillas), al menos los de presupuestos más que ajustados.

Comenzando por una insulsa y sobria portada, que ni de lejos hacía presagiar el viaje psicotrónico que se escondía en su interior (y que no está acorde con el barroquismo pictórico con el que disfrutaremos de lo lindo en este blog), todo hacía indicar que Autopista al infierno no podía ser otra cosa que una explotation de la imprescindible Carretera al infierno (1986), un tanto tardía y con un punto claramente guasón, frente a la seriedad de aquella. Pero nada más lejos de la realidad.



Su punto de partida sí que remite ligeramente a aquel clásico de los 80; con una pareja protagonista que se adentra en una noche de carreteras secundarias donde les espera un personaje (policía, para más señas) que, como en aquella, hará de su vida un infierno (o mejor dicho, les mandará allí directamente). Pero pronto vemos que los delirios y las pretensiones de su principal artífice, el guionista Brian Helgeland (al que más adelante regresaremos), están muy lejos de la tensión al límite del film de Robert Harmon y mucho más cerca de una mezcla imposible entre la imaginación desbordada, pero con aroma a estiércol, del Terry Gilliam de La Bestia del reino (1977) o Los Héroes del Tiempo (1981), la estética sucia y decadente del mejor John Waters y la desfachatez y atrevimiento del siempre entrañable Edward D. Wood Jr.

Esta Autopista al infierno, que es en realidad una carretera secundaria, es además un viaje lleno de humor al lado oscuro de la América de su tiempo. Y desde esa óptica se puede adscribir a una de las temáticas que más nos gustan por aquí, la de las historias que transcurren Al Otro Lado. Aunque también hay que reconocer que, si bien comparte buena parte de la estructura y la simbología de este universo que se articula entre Alicia en el país de las maravillas y el mito del Laberinto, con parada y fonda en El mago de Oz (la película incluso incluye una referencia directa a esta última en uno de sus diálogos), las libertades que se toma su guionista y las múltiples fuentes genéricas y de estilo de las que bebe (como el mito de Orfeo y Eurídice, las películas de Mad Max o el Western más clásico), hacen que el resultado se escape a cualquier intento de catalogación rígida; lo que da de paso al film un cierto carácter único.

Dentro de este parque temático infernal en pleno desierto (como un Las Vegas de los pobres) en el que todo vale, podemos disfrutar de un coctel que incluye desde un bar de carreteras para policías con toda clase de donuts a su disposición; una banda de motoristas del infierno, cuyo líder lleva el pelo más lavado y limpio que la propia chica protagonista o un cúmulo de referencias al mal en todas sus representaciones (desde históricas, como las quejas de Hitler en un casino de carretera, hasta guiños pop gozosos a películas-catedrales como The Rocky Horror Picture Show (1975), en forma de pegatina de Satanic Mechanic que un Belcebú disfrazado de mecánico luce en su grúa). Mención especial merece una carrera a hostia limpia entre un buen número de automóviles, filmada con el frenesí y el aroma de desguace de Los Autos Locos (1968) o Los locos de Cannonball (1981), siendo además todo esto sólo un preludio infernal a la auténtica bajada a los abismos para conocer al mismísimo Hades, que es el maromo que se ha encoñado y raptado a nuestra virgen protagonista.



El argumento, en realidad, es lo de menos, y si bien su guionista se esfuerza en dotarle de una patina culterana al referirnos en distintos momentos al ya citado mito de Orfeo, lo cierto es que la pura diversión gamberra se impone, y tan pronto nos sueltan el conocido podréis salir del infierno siempre que en vuestro camino no volváis nunca la vista atrás, como la regla queda olvidada completamente y reservada únicamente al apuntador, mientras lo que a los creadores realmente les importa es la suma de más y más elementos en búsqueda de la diversión segura por pura acumulación.

Brian Helgeland es, como ya he dicho, la auténtica fuerza motora de la cinta. Venía de foguearse en la gamberra Pesadilla en Elm Street 4 (1988) o en el debut de Robert Englund como director, 976 - El teléfono del infierno (1989), pero quizás el guión con el que guarda más paralelismos la película de hoy, sea el que escribe años más tarde para Mensajero del futuro (1997); una nueva versión del infierno postapocalíptico y desértico que aquí se muestra, anabolizada y con un presupuesto infinitamente superior, pero cuyo nivel de disfrute y fascinación está muy por debajo de esta hermana pobre pero respondona. Helgeland pasaría de Autopista al infierno a ganar el Oscar por su guión para L.A. Confidential (1997) como el que pasa del Reggaeton al Ballet, y también sería el artífice de los excelentes guiones de dos cintas de Eastwood: Deuda de sangre (2002) y Mystic River (2003) (esta última con una nueva nominación al Oscar incluida), lo que no evitaría que se siguiera prodigando bastante generosamente en el cine de derribo, como su guión para Destino de Caballero (2001) (donde también se coloca tras las cámaras) demuestra.

Frente a lo incontenible del guión, la dirección del bastante desconocido Ate de Jong no se afloja y mantiene dignamente el ritmo y el interés, a pesar de una terrible dirección de actores y un despreocupado seguimiento del Raccord, digno del ya mentado Ed Wood. Para la posteridad quedan los cambios de camiseta del protagonista en medio de una persecución motorizada, de una desvergüenza muy reivindicable.







De todas formas, llegados a la resolución de la cinta, y cuando ya han quedado atrás Matte Paintings, transparencias, maquetas, maquillajes delirantes o la, siempre venerada en esta casa, incomparable técnica de la Stop-Motion; no puede evitar que nos sepa a poco un final que pierde fuelle, algo atropellado y que deja bastantes hilos sin cerrar. Aunque realmente la culpa aquí se la tiene que repartir con el guionista.

En definitiva, una nota de atención para todos los lectores degustadores de rarezas golosonas, ambiciosas y despreocupadas; porque aunque, insisto, su cartel no le haga justicia, en esta cinta se esconde mucho delirio fantástico y sentido de la maravilla, eso sí, del de a 4 pesetas. Además, la caza de este espécimen no resulta del todo sencilla, pues aún no ha sido publicado en ningún país (al menos que yo conozca) en DVD; pero los espectadores españoles tenemos suerte y en las verdes praderas podremos echarle el lazo.

Y sí, también sale un primerizo Ben Stiller interpretando un doble papel, por si a alguien le interesa. A mí me resulta más mencionable la breve, pero imprescindible aparición del siempre entrañable Richard Farnsworth, como el inevitable pepito grillo que advierte a los protagonistas de los peligros de adentrarse por dónde no deben y al que, como es norma, no se le hace ni puñetero caso. Poco creo que pudiera imaginarse, tras una larga carrera como especialista y prolífico actor de reparto (con despuntes como Llega un jinete libre y salvaje (1978)), que siete años después David Lynch lo lanzaría a la inmortalidad con el Alvin Straight de Una historia verdadera (1999), justo un año antes de que el diagnóstico de un cáncer terminal le llevara a pegarse a un tiro, dejándonos huérfanos de su talento.




Las Claves del Caso


Pericia criminal: la desvergüenza y psicotronía del conjunto; un guión repleto de sorpresas y giros inesperados constantes; un infierno con gran personalidad; Cancerbero en Stop-Motion y otros efectos deliciosamente anticuados; las manos-esposas que utiliza el policía; el sentido del Raccord del director; la carrera de coches; Richard Farnsworth; los Andy Warhols esparciendo basura y mucha diversión.










Bajos instintos: no hay demasiada cantidad, pero sí de buena calidad. Aparte de que el protagonista enseña pecho palomo durante varios minutos, tenemos a la chica de carretera que encuentra buenos apoyos a sus pesares en el coche del protagonista, algunas strippers en top-less encerradas en las jaulas del casino de carretera (especialmente una muy bien dotada y acompañada del cartel Touch at your own Risk) y por supuesto la delirante demonio de tetas caídas (una hermana del Troll de la película de 1986) que se lo intenta montar con el prota sin demasiado éxito. Lamentablemente, Kristy Swanson se mantiene virginal y tapada durante todo el metraje.








Pistas Delatoras: casi todo su reparto, especialmente Adam Storke y su pelo Vidal Sassoon (aunque lo hace tan mal que casi logra hueco en la parte positiva) y Ben Stiller; el cartel de la película, muy poco incitador; el final bastante desinflado y, sobre todo, que podía haber dado mucho más de sí con un director más imaginativo y con un poco más de presupuesto.






7 Pisos


-Gracias especiales a KillerBob por hacer accesible esta pequeña maravilla-

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