27 de abril de 2008

CRÍMENES EJEMPLARES: The Other (1972)


El Otro

USA

Dirección: Robert Mulligan

Guión: Thomas Tryon (basado en su novela homónima)











Holland: Who ARE you?
Niles: Me? I'm me. Niles Perry!
Holland: Are you? Are you sure?


Bueno, al final no he tardado tanto en sacar a pasear por este blog alguno de mis crímenes favoritos, y para empezar creo que la película elegida cumple todas los requisitos (aunque no esté entre las que se incluyen en la difícil selección de Mi Perfil) para definir perfectamente las filias de este Guardián e identificar cuál es el material que perturba nuestros sueños, aquí en el Ático.

Como doble carambola, además comenzamos con un director demasiadas veces considerado un simple artesano (que de simple, por supuesto, no hay nada en la buena artesanía), pero que cualquiera que se acerque con un poco de vista a su filmografía en seguida calificaría de AUTOR con mayúsculas, y que además cuenta con una serie de temas que le atraen especialmente y con una mirada claramente personalizada. Quizás el mayor problema con el que se ha encontrado tradicionalmente Robert Mulligan a la hora de ver reconocido su talento y visión únicos, venga dado por el hecho de que sus mayores éxitos son adaptaciones de novelas que ya habían sido muy bien valoradas literariamente, y que su estilo narrativo, de una manera muy Fordiana, pasa por ser silencioso, profundo y casi invisible, pero enormemente poderoso, e incluso, con un poco de vista, también reconocible.



Aunque en su filmografía aún no me haya encontrado con ninguna mala película (no quiero decir con ello que no pueda tenerlas) y en general todos sus trabajos sean de visión recomendada, hay un trío de películas (muy íntimamente ligadas) que brillan con luz propia y que han encontrado su hueco en la historia del cine. Una sería Matar un Ruiseñor (1962) (que ocupa uno de los lugares más altos entre las películas de mi vida), la otra Verano del 42 (1971) y por último esta misma El Otro.



Las tres, aunque cuenten historias diferentes, e incluso el género al que se adscriben varíe también, tienen un fuerte nexo en común: su mirada hacia el universo de la infancia (y la juventud) con un fuerte sentimiento de nostalgia y de tiempo dorado, que para bien o para mal nunca volverá. Si bien, la película en que este tono nostálgico es más evidente seria Verano del 42, realizada solo un año antes que la que hoy nos ocupa, también Matar un Ruiseñor contiene una dosis muy generosa de éste, aunque combinado, en una mezcla perfecta y explosiva, con el concepto de educación (tanto en la familia como a un nivel social), el de la justicia, e incluso las dificultades para diferenciar entre el bien y el mal.



En El Otro, aunque podríamos hablar sin cortapisas de que nos encontramos ante una clara película de terror, no por ello su perfecto ojo para retratar la infancia en todas sus vertientes y la fuerte carga nostalgia de su mirada, dejan de estar presentes. De hecho lo que hace de esta cinta una experiencia única y difícilmente repetible, es el perfecto equilibrio entre el bucolismo nostálgico del contexto dónde suceden los acontecimientos (y especialmente de cómo nos los quiere retratar su director) y la propia naturaleza retorcida y tremendamente perturbadora de estos últimos.



Sin entrar demasiado en su argumento, por si algún lector aún no le ha echado el diente (no sé a qué esperan), aunque es difícil evitar que se puedan colar algunos SPOILERS (advertidos quedan), nos encontramos ante lo que casi podría ser una perversión premeditada de un modelo de película familiar, que compañías como la Disney llevaban explotando con éxito desde los años 50 (en títulos de imagen real como Los Robinsones de los mares del Sur (1960), Fiel amigo (1957), etc., y que ya con La montaña embrujada (1975) empezaban a tomar otro cariz). Mulligan nos enseña que dentro de estas familias sanas e idílicas también se pueden ocultar los más oscuros secretos y los mayores terrores.

Adelantándose más de una década a las incursiones de David Lynch en el tema, aquí ya encontramos buena parte de los elementos característicos de ese tipo de perversión del género de la Americana. Como si de un cuadro de Edgar Hooper se tratara, desde el primer momento las luminosas, veraniegas y felices imágenes del film, transmiten con enorme facilidad un secreto escondido, un lado oculto, algo que escapa a nuestra mirada. Si bien el misterio del film es fácilmente descifrable desde su mismo arranque (y más cuando el juego que se lleva a cabo en esta cinta ha sido imitado en muchas cintas posteriores), en realidad resulta mucho más perturbador conocerlo de antemano, pues como espectadores privilegiados, que sabemos lo que está sucediendo (¿o quizás solo lo creemos conocer?) podemos prestar mayor atención al proceso de desarrollo de este mismo misterio y a tratar de ahondar más en sus causas.



Aquí va siendo hora de hablar ya del coautor de la cinta, su guionista y también autor de la novela en que se basa la película, Thomas Tryon, que también creó la historia que dio pie a una de las películas más trágicas y desconsoladas de Billy Wilder, Fedora (1978), con la que esta cinta que hoy analizamos mantiene fuertes conexiones. Y es que, en el fondo, la mirada que se proyecta en ambas películas sobre sus protagonistas y sobre sus tormentas internas está muy hermanada en su carga de tristeza y desconsuelo.

También, como algo cercano a la magia o al menos a la intervención de un tipo de don sobrenatural, el llamado Gran Juego tiene una importancia especial en la compleja ecuación del filme; no solo para explicarnos el porqué de lo que le sucede al protagonista, sino que sirve también como símbolo para entroncar más la historia con el cuento fantástico, con un sentimiento indefinido de duermevela que está presente durante todo el metraje. La escena en la que el niño protagonista acude a un espectáculo de magia es bastante definitoria de esa sensación, sirviendo la secuencia no solo para explicar narrativamente la utilidad y el método de funcionamiento de su don, sino también para remarcar el aspecto perturbador de todo el film en la mirada de ese niño, en el rostro casi enajenado de ese mago y en la función de coro ignorante (incapaz de entrar en el juego) que tiene el público allí presente. Aquí se concentran gran parte de las claves que le dan a esta película su tono tan personal.



Repleta de momentos inolvidables, desde la primera vez que vemos que su abuela (personaje imprescindible de la trama y en cierta manera la auténtica culpable de todos los acontecimientos que se suceden) le ayuda a llevar a cabo el Gran Juego con un ave, hasta sus mismos planos finales; tiene no obstante dos momentos en los que se concentran toda la grandeza y misterio del film y en los que todas las complejidades psicológicas que se mueven en el subsuelo emergen más claramente a la luz para ser contempladas por el espectador. El primero, no por su sencillez y obviedad deja de ser el momento probablemente más importante. Aquel en el cual su director nos hace confrontarnos cara a cara con algo que teníamos asumido durante todo el metraje, pero a lo que solo habíamos dado forma intelectual, no física.

Me estoy refiriendo, por supuesto, a la secuencia de la conversación nocturna en el salón entre los dos hermanos, en la que de manera sencilla y tranquila, y habiendo estudiado muy bien su emplazamiento en la película, Mulligan nos enfrenta con la dualidad de sentimientos que su protagonista nos transmite y nos hace ser conscientes de que conocer que una persona ha matado a varios individuos no es lo mismo que verla matar, aunque sea a uno solo de ellos; igual que aquí comprender la perturbación psicológica que se esconde tras el dulce rostro del protagonista, no es lo mismo que verla tomar forma de manera clara y directa delante de nuestros ojos. Lo que se nos ha escamoteado visualmente durante todo el metraje, aquí se nos muestra, y a partir de ese momento nada volverá a ser lo mismo.



El otro gran momento, y al que corresponden los diálogos con que arranca este análisis, introduce, en uno de los momentos más álgidos de la conclusión del film, un nuevo elemento perturbador, quizás el mayor de toda la cinta, que se adentra en uno de los grandes terrores del ser humano: la perdida de la identidad o las dudas sobre ella. Si bien el momento puede entenderse como una pista falsa, una sorpresa final que no se sostiene con los elementos del relato que tenemos sobre la mesa hasta ese momento, su sentido final, más psicológico que real, puede ser aún más terrorífico que su traducción más literal, y es similar a la situación en la que encontrábamos a Norman Bates al final de Psicosis (1960).



La película, en realidad, está llena de grandes momentos, y lo mejor que se puede decir de ella es que es en el viaje, en la experiencia de su visionado, dónde se haya la mayor de sus fuerzas (a esto ayuda, y no poco, la gran banda sonora de Jerry Goldsmith). Copiada en múltiples ocasiones, y con claras conexiones con otras miradas complejas y polémicas sobre la infancia, como las películas Suspense (1961) o ¿Quién puede matar a un niño? (1976), conserva no obstante su particular fuerza y características diferenciadoras, su perfil más claro de terror psicológico y un inolvidable choque entre sus imágenes bellas y placidas y la oscuridad y los pecados que se esconden en el interior.





Las Claves del Caso


Pericia Criminal: todo. Estamos ante una muestra de talento, personalidad y ambición que consigue alcanzar con nota todas las metas que se propone. Como recopilación de lo que ya he nombrado más arriba, enumeraré el ambiente mágico que recorre todo el film gracias a su extraordinaria realización, su apabullante reparto perfectamente dirigido (con especial mención a la interpretación de la pareja de niños protagonista), la banda sonora del maestro Jerry Goldsmith, y algunas secuencias antológicas, como la primera en que vemos a Niles ejecutar el Gran Juego con un ave, la conversación nocturna con su hermano en el salón o el momento del final al que pertenecen los diálogos que encabezan esta entrada.




Bajos instintos: por la naturaleza de la historia no tenemos ninguno de los que gustamos en esta morada, pero la película ya va bien servida de perversiones.




Pistas Delatoras: es difícil (al menos para mí) encontrarle pegas a esta película. La única que se me viene a la cabeza es que, por la riqueza de situaciones de su trama, algunas no alcanzan toda la extensión que este Guardián desearía, y, aunque desconozco si en la novela original hay más material que se ha recortado, podrían haberse extendido un poco más, ampliando así la experiencia del visionado del film.




9 Pisos y media escalera

25 de abril de 2008

BOLA EXTRA: Articuento de Juan José Millás


Dedicado muy especialmente al señor Miñano Valero.

El Articuento de esta semana del maestro Juan José Millás, que ha salido hoy publicado en su habitual columna de la última página de El País de todos los viernes, se lo copio y pego a continuación para deleite de todos ustedes, queridos lectores. Recuerden que lo pueden leer en el diario impreso y también en su edición electrónica aquí.

No lo puedo evitar, se me desbordan mis fluidos criminales ante relatos tan brillantes y perturbadores. Pero esto es sólo un pequeño aperitivo mientras doy los últimos toques a un nuevo crimen del que me siento particularmente satisfecho, y que aparecerá por este Ático este domingo. Mientras tanto, disfruten, disfruten.


No sé, no sé

Un amigo ha practicado en los tabiques de su casa discretos agujeros que le permiten ver lo que sucede en todas las habitaciones cuando no hay nadie dentro. Hasta ahora no ha ocurrido nada, pero él está convencido de que tarde o temprano sucederá algo que cambiará su vida. De pequeños, cuando nos asomábamos a un agujero, veíamos a una mujer en el trance de vestirse o desnudarse. Pero yo creo que estaba dentro de nuestra cabeza, pues siempre era la misma. No es que ahora no tengamos mujeres sin ropa en la bóveda craneal, pero hemos perdido la capacidad de proyectarlas al otro lado de los tabiques. En cualquier caso, la visión que espera mi amigo es de distinta naturaleza. Algo de orden místico, me parece.

El otro día, después de haber comido juntos, estábamos tomando un café en su casa cuando se levantó para acercarse al pequeño orificio que comunica con su dormitorio. Se trataba de una escena tan habitual que no le presté atención hasta que advertí que se entretenía más de lo acostumbrado. Qué pasa, le pregunté. Nada, respondió con el ojo pegado a la pared, ahora voy. Lo cierto es que tardó en regresar a la zona del tresillo. Y cuando se sentó tenía una expresión extraña. Al preguntarle si había visto algo, cambió de conversación. Luego fingió acordarse de un asunto urgente y me invitó a que me marchara sin muchas sutilezas. Al salir, hice intención de mirar por el agujero, lo que no suele molestarle, pero me empujó sin contemplaciones hacia la puerta de la calle. Estuve toda la tarde dándole vueltas al asunto. Luego cogí la taladradora e hice orificios en las paredes de mi casa. Llevo un par de días corriendo de uno a otro sin que suceda nada anormal en las habitaciones vacías. Pero cuando me siento a ver la tele, tengo la impresión de que alguien me observa desde el dormitorio. No sé si he hecho bien.

Juan José Millás

23 de abril de 2008

OTRAS ARTES CRIMINALES: La increíble Chapa Menguante


Una vez más, haciendo hueco a otras artes criminales que merecen mucho la atención, y esta vez he de reconocer que barro para casa, pero, no me cuesta admitirlo, lo hago con gusto.

La Señora del Ático, toda una artista multidisciplinar, se ha sacado de la manga este hermoso homenaje a Jack Arnold, Richard Matheson y los iconos de una infancia (principalmente) ochentera, que conviven en paz y armonía en la redondez de las chapitas que se pueden conseguir desde su página (apunten, www.laincreiblechapamenguante.com). Resulta difícil quedarse con alguna, y al mismo tiempo la gran variedad saciará casi todas las posibles expectativas. Yo recomiendo no dejar pasar sus diseños originales (como los ejemplos que les dejo aquí arriba), que aunque son solo una diminuta muestra de su imaginación corrompida, suponen una sabia mezcla de lo entrañable con lo extraño o lo macabro; con elegancia y sin prejuicios además.

¡Qué se corra la voz! ¡Qué trepe hasta las almenas de todos los castillos! ¡Qué el pop-art del nuevo siglo conquiste el mundo!

DISCOVERY CHANNEL: The Baby (1973)


Jaula sin techo

USA

Dirección: Ted Post

Guión: Abe Polsky














Alba (torturando a Baby con una picana eléctrica): Baby doesn't talk! (descarga) Baby doesn't walk! (descarga) EVER! (descarga)


He aquí otro de estos casos curiosos: un pequeño descubrimiento, que si bien no acaba de ser una pieza redonda y deja ver claramente sus limitaciones en muchos aspectos, tiene en su fuerte personalidad y en su muy efectiva capacidad de desasosiego y perversión sus principales valedores.

Crimen poco apreciado por la industria, no solo en España (donde en su día lo llegó a regalar la revista Tiempo como producto de saldo), sino también en Estados Unidos (donde nunca ha sido editado tan siquiera respetando el formato), creo que va siendo hora de romper varias lanzas en su favor. No seré el primero en hacerlo, pues ya varias voces han clamado en la red por una mayor consideración hacia esta pequeña obra maldita, pero espero al menos despertar el apetito de algún nuevo observador.



Como la portada de más arriba demuestra (y ya no digamos la pseudo-portada que le dedicó la revista Tiempo, y que también encontrareis en este artículo), la distribución se ha empeñado en vender este caso como un producto de terror serie B sobreexcitado, con clara tendencia hacia el tajo mortal, como la pequeña hacha que sobresale de la cuna en la foto de portada quiere hacernos creer. Una vez más, un póster muy lamentable, que probablemente aniquiló casi todas sus pocas esperanzas de llegar a su púbico. Y éste no es el de las cintas sanguinolientas de serie B (que aquí, por otro lado, tanto disfrutamos), sino el amante del drama psicológico con tintes muy negros de terror y con excelente giro sorpresa final (la parte que más podría tener que ver con el motivo de la portada), que más que negro es pura brea.



Nos encontramos (salvando las distancias, por supuesto) con un pequeño hermano del primer Gótico Americano de los años 60, que ya adelantaba lo que más tarde (con cintas más viscerales como La última casa a la izquierda (1972) o La matanza de Texas (1974)) daría lugar al subgénero llamado American Gothic: las perversiones, peligros y el sentido de lo grotesco y del grand guiñol que se esconden en las casas de la América más profunda y que amenazan con estallarles en la cara a la sociedad más conservadora si se atreven a meter allí sus narices y no les dejan disfrutar de su pudridero en paz. Esta tendencia ya aparece desde muy al comienzo del cine norteamericano (ya hemos hablado aquí de Browning), pero es en los años 50 (con cintas como Baby Doll (1956)) y en los 60 (con el imprescindible Robert Aldrich y películas claves como ¿Qué fue de Baby Jane? (1962)), donde más cala su influencia, sobre todos los estratos del cine americano, y se demuestra su interés y comercialidad.



Ésta The Baby o Jaula sin techo (ambos títulos magníficos: uno en su concreción y el otro en su poder metafórico), es un mórbido retrato de un circo de freaks, dónde, como suele ocurrir, los más retorcidos suelen ser los de apariencia más normal. Todos giran sobre el que parece ser el principal engendro del grupo, ese hombre de más de 30 años al que llaman Bebé, que se comporta como tal y que vive en una cuna de su medida y con una familia teóricamente normal y dedicada a sus cuidados. La llegada de una asistente social y su insistencia en la posible curación, o al menos evolución, del benjamín de la familia destapa la caja de los truenos.



Rodada de manera convencional, como si de un telefilme de la época se tratara, tiene precisamente en la cotidianidad, luminosidad de la fotografía y aburrimiento de barrio de clase media de su puesta en escena, una de las cualidades que más destacan, por yuxtaposición, con el tono interno de sapos y culebras que recorre el film. Es este un crimen que exige paciencia para entrar en su juego y poder apreciarlo en su plenitud, y que, aunque no promete una plena satisfacción tras el esfuerzo, sí que puedo confirmar que, aquí en el Ático, hemos gozado con su original perversidad. Trato aparte merece Ruth Roman en su papel de gran madre terrible que con su sola presencia hace agriar hasta la leche para pleno regocijo de este Guardián.





Las Claves del Caso


Pericia Criminal: su insobornable personalidad y su carácter único y desasosegante; una vez más, Ruth Roman; la explosiva confrontación de la vulgaridad de su estética con la riqueza y complejidad de su fondo; la secuencia de la tortura a Baby con la picana eléctrica; que el tiempo pasado sobre ella no le haya restado un ápice de su fuerza y un final sorprendente y negro, negrísimo.






Bajos instintos: una vez más, no hay imágenes explícitas, pero en buena parte de la película éstos están muy presentes. De todas formas tenemos dos secuencias especialmente destacables (aunque no haya carne a la vista): la primera, y la más deliciosamente malsana, sucede cuando la cuidadora de Baby se ve acosada por éste y por su imperiosa necesidad de mamar de su pecho: exquisita. La segunda, no menos perversa, sucede cuando una de las hermanas de Baby ha de dejarse sobar compulsivamente por un baboso, para despistarle y permitir a su hermana y su madre seguir adelante con su plan de ataque a la asistenta social.




Pistas Delatoras: aunque tal como es la película logra ser singular y única, también hay que admitir que, de haber tenido la suerte este guión de haber caído en manos de un realizador más poderoso (por supuesto, Aldrich lo habría bordado), habrían saltado chispas, que es lo que en este caso no acaba de suceder casi nunca; también algunas inconsistencias en la trama son de lamentar, sobre todo respecto a su conclusión, aunque lo sorpresivo de ésta hacen que se perdonen con facilidad.




7 Pisos y media escalera

21 de abril de 2008

CRÍMENES VIEJUNOS: The Road to Mandalay (1926)


La sangre manda

USA

Dirección: Tod Browning

Guión: Tod Browning, Herman J. Mankiewicz, Elliott J. Clawson y Joseph Farnham









Singapore Joe: Soy Singapore Joe. Esta barraca es mía… Deberías conocerme…


Aunque la única copia que se conserva de esta película está claramente incompleta y adolece de importantes lagunas narrativas para la comprensión total de la historia, esto no es un inconveniente para recomendar encarecidamente su visión a todos los amantes del género macabro, y especialmente a los que quieran seguir ahondando en la filmografía de uno de sus más grandes creadores: Tod Browning.

Si no me cabe duda que la mayor parte de lectores de este blog ya habrán devorado con ansia esa obra maestra llamada Freaks / La parada de los monstruos (1932) (sino, no sé a qué están esperando), y seguramente también le habrán echado el guante al clásico Drácula (1931) con Bela Lugosi (por otro lado, una de las películas menos conseguidas de su autor), existe toda una corriente que atraviesa buena parte de la filmografía de Browning y que le confiere una de sus mayores despuntes de personalidad, que es la larga colaboración que estableció con el gran actor Lon Chaney (el hombre de las mil caras) de la que se alimentaron mutuamente sus respectivos talentos, legando para la historia un puñado imprescindible de obras maestras y quedando como una de las más largas y fructíferas colaboraciones artísticas actor/director (a la altura de De Niro/Scorsese o Mastroianni /Fellini) que se pueden encontrar en el cine.



Entre la gran cantidad de obras mayores que este tándem realizó (y que puede que analicemos con más detenimiento en algún ciclo posterior), esta película no resulta una de sus más significativas; aunque es imposible opinar sobre qué nos parecería la película completa, de encontrarse ésta algún día. De todas formas, como todas sus colaboraciones, no deja de ser un plato exquisito para todos los Guardianes con buen olfato para lo depravado y las muestras de amor por lo diferente.

Una vez más, Browning vuelve a dar muestras de esa empatía y comprensión por los más desfavorecidos, por los freaks de nuestra sociedad, y casi como un acto político se empeña en reivindicar (allá por los años 20) su derecho a poder acceder al amor, al cariño y a la comprensión (aunque casi siempre nos recuerde que la realidad para estos seres suele estar teñida de tragedia). Para ello utiliza la historia de un padre descarriado que hubo de abandonar el cuidado de su hija, por lo que se ha visto obligado a contemplar desde la distancia su evolución vital; no obstante, no ceja en tratar de protegerla de los sufrimientos, a pesar de que con ello haga caso omiso de los propios deseos que la joven desarrolla.

También aquí, como es norma en él, Lon Chaney vuelve a confirmar lo correcto de su apodo y lleva a cabo una nueva transformación que destaca especialmente por las claras de huevo que utilizó en uno de sus ojos para dejarlo en blanco. Sus técnicas, pasito a pasito, dejarían sembrado todo el arte práctico del maquillaje de caracterización para todas las generaciones posteriores. Pero es como siempre su conmovedora capacidad para humanizar hasta el extremo (y dentro de las limitaciones del cine mudo) al personaje más depravado y salvaje que le pueda tocar interpretar, junto a la mirada inigualable a los bajos fondos de la sociedad que destila Browning en cada fotograma, lo que hace de este film, como de todas sus colaboraciones, una experiencia exigente pero ineludible.




Las Claves del Caso


Pericia Criminal: la magia que desprende cada colaboración del tándem Browning/Chaney con su personal e inconfundible mirada hacia el reino humano de las sombras; la conmovedora caracterización de Lon Chaney, sin olvidar a Kamiyama Sojin cómo sibilino villano; la entidad dramática y la capacidad de evocación que logra extraer Browning de todos los escenarios (maestro siempre en la composición de los espacios); y la fuerza en general que desprende todo el conjunto (destacando especialmente la música hipnótica que acompaña la versión con intertítulos en francés a la que he podido acceder), a pesar de estar la copia descalabrada.




Bajos instintos: nada explícito, como era de esperar, pero el erotismo y los instintos más malsanos están a flor de piel en los momentos necesarios, como corresponde a ese gran periodo de libertad (con clase) que fue el cine mudo.



Pistas Delatoras: el problema principal que juega en contra de la película es la propia copia incompleta que ha sobrevivido hasta nuestros días. Por mucho que los elementos que se nos muestren sean jugosos y dejen ver talento y calidad, la sensación de disfrute pleno y de inmersión en el filme (más que de comprensión) que podría haber surgido de la copia completa se nos escamotea, y con ella la posibilidad de un juicio más objetivo; también hay que admitir que Browning no está tan pleno de recursos e inventiva como en otras ocasiones.




7 Pisos y media escalera

18 de abril de 2008

COLECCIÓN DE CROMOS (1)

Comience aquí, tras el especial que inauguró la sección, la sucesión desordenada y anárquica de obras de arte. Visiten nuestra galería con calma. Contemplen y disfruten, y si se les despierta el deseo de acceder a la obra que se esconde tras alguna de sus imágenes, no lo duden; seguro que el viaje merecerá la pena.
























CRÍMENES VIEJUNOS: Three Cases of Murder (1955)


Tres casos de asesinato

UK

Dirección: Wendy Toye, David Eady y George More O'Ferrall

Guión: Roderick Wilkinson, Donald B. Wilson, Brett Halliday, Sidney Carroll, W. Somerset Maugham y Ian Dalrymple





Mr. X: Devils? Oh, Mr Jarvis, what an imagination you have… if we were devils, would we have to borrow your matches?


Entre la larga tradición de películas de misterio o de terror por capítulos que se llevó a cabo durante largas décadas en Inglaterra, destaca por méritos propios esta cinta. Aunque no lleve la firma de la productora Amicus, una de las más prolíficas dentro del campo de las películas episódicas, su importancia y su condición de título ejemplar dentro del género ha permanecido inalterable hasta nuestros días.





Su principal reclamo, entonces y ahora, lo supone la presencia de Orson Welles en ella, pero hay que decir que su aparición no sucede hasta el tercer y último capítulo; y aunque como siempre su presencia e interpretación son portentosas, en realidad el auténtico motor del film lleva el nombre de Alan Badel. No sólo es el único actor que aparece en los tres relatos, sino que además su presencia mefistoliana, tanto en el primero como en el último de ellos, es una de las marcas imborrables que deja el film en el espectador.

Como toda cinta de episodios, Tres casos de asesinato sufre de las inevitables desigualdades entre ellos (más si consideramos que tanto los directores como los guionistas de cada uno son distintos), pero el sentido tan inglés de lo desasosegante que se mantiene en toda la película (frío, elegante, original y de tremenda crueldad), y el hecho de que los tres episodios superen sin problemas la media de calidad, explican el porqué de las continuas citaciones a esta cinta en todas las antologías.



Aunque si hubiera que hilar más fino (y ya personalizando el análisis), habría que decir que sí que la película sufre de un importante desequilibrio, pero éste es de carácter positivo en vez de negativo. Mientras el tercer episodio es magnífico -en él Orson Welles humilla políticamente al personaje de Badel y éste pasa a invadir sus sueños como venganza-, y el episodio intermedio, siendo el más flojo, se sustenta bien dentro del típico subgénero de relato detectivesco inglés con traiciones e infidelidades entre dos amigos por una mujer; es el primer episodio el que se eleva claramente por encima de los demás.



Y es que es en ese capítulo, titulado En el cuadro, dónde los elementos más sobrenaturales y terroríficos hacen su aparición. Aunque éstos también están presentes en el último relato, aquí adquieren no sólo su mayor fuerza de fondo, sino que además la forma que adoptan su guionista y director (directora) para introducirlos sólo puede calificarse de fascinante. Es por tanto el relato más inolvidable del conjunto y el que contiene una fuerza propia más acusada. Además, Alan Badel realiza aquí su interpretación más rica y perversa, y la unión entre lo real, lo soñado, el deseo, lo imposible y el arte mirando al arte, pocas veces ha dado resultados tan grandes en pantalla (ahora me vienen a la mente Jennie (1948) o El retrato de Dorian Gray (1945), con las que guarda ciertos parecidos).



Nadie que guste del más refinado gusto por lo sobrenatural y por la belleza de lo imposible ha de dejar pasar este primer relato (y ya puestos toda la película), en el que encontrará una posible respuesta a la eterna pregunta que uno se hace, cuando en un museo se detiene delante de uno de sus cuadros favoritos (y más si este es un paisaje expresionista y romántico) y, medio hipnotizado, mirándolo, desea saber: ¿qué se debe sentir dentro de ese cuadro que parece estar tan vivo? O mejor aún, ¿qué se esconde al final de ese sendero que se pierde tras la colina? No dejen de conocer la respuesta.




Las Claves del Caso


Pericia Criminal: por encima de todo, vuelvo a remarcar, el primer episodio; solamente por el cual ya merecería la pena ver el filme; también el extraordinario trabajo de Alan Badel en los tres episodios; la siempre prestigiosa presencia del Orson Welles actor; el excelente sentido de lo fantástico de dos de sus tres episodios y su perfecta estructura de cuentos (que no cortometrajes).






Bajos instintos: podría hablar de elementos de la trama (básicamente, las infidelidades del segundo episodio), pero no es eso lo que ha de aparecer por aquí. Siendo pulcramente estrictos no hay nada que reseñar, como buena película clásica que es.



Pistas Delatoras: el principal problema es el desequilibrio de los tres capítulos. Aunque esto no llega a impedir disfrutar de la película como un todo, si que, de haber sido los autores los mismos para los tres episodios, quizás el interés de las historias hubiera estado más nivelado.






7 Pisos y media escalera