26 de mayo de 2008

MIRANDO LAS ESTRELLAS: Carlo Colombaioni (1934-2008)


Parece que en estos últimos meses no paran de caer guadañazos que por distintos motivos me tocan muy cerca. En este caso, más que cualquiera de los otros obituarios que he escrito hasta ahora.

Es muy posible que muchos de los lectores de esta página no hayan oído hablar del último gran clown que quedaba vivo, el último genio de ese arte tan difícil que consiste en hacer reír y llorar (y también pensar) al espectador, prácticamente al desnudo. Este desconocimiento generalizado es debido probablemente al propio carácter de Carlo, que gustaba de encontrarse con su público en la distancia corta y que desde hacía muchos años no se preocupaba demasiado por publicitar su imagen para hacerla llegar a grandes audiencias y convertirse en un personaje mediático. Tal es su grado de minimización que ni en la Wikipedia en inglés, ni en la española existe artículo sobre él, y tampoco han sido muchos los medios que se han hecho eco (como deberían) de su muerte y del vacío irreemplazable que deja detrás: es sin duda el final de una época. Pero no se deje engañar el lector por estos antecedentes, porque sólo ha de preguntar a cualquier profesional, amateur, interesado o seguidor del mundo del clown para comprender el impacto que supuso Carlo Colombaioni (como en sí toda la ilustre familia que llevó ese apellido) para todos los que tuvimos el honor de conocerle y verle actuar, y para el gran paso que dio este arte cuando decidió salir de la carpa de los circos y conquistar los escenarios. Y sí, también el cine le debe mucho, especialmente buena parte del de Federico Fellini.

Sin duda, su inmenso talento no se puede expresar con palabras, pues éstas no le hacen justicia. Era un animal de escena, allí se crecía, se iluminaba y te tocaba en lo más profundo. No exagero al decir que una interpretación suya en directo suponía un antes y un después en la vida de uno. Yo lo vi por primera vez en el año 1997 en Madrid, con el espectáculo Simpatico, eh! (un artículo de la época sobre este espectáculo se puede consultar aquí), que estuvo protagonizando a dúo con su cuñado Alberto Vitali durante más de 30 años, hasta el fallecimiento de este último. Observar de cerca sus gestos universales, sus palabras en italiano que hasta un chino habría entendido y, por encima de todo, su eterna mirada de niño, tan ilusionante como conmovedora, me dejó un recuerdo, desde ese mismo día, imborrable en mi memoria. Tanto fue así, que años después tuve el honor de conocerle y de volverle a ver actuar (esta vez en solitario) en un pequeñísimo teatro en Avignon. Ésta vez, el Carlo que tuve cerca fuera del escenario ya no era el mismo, se sentía viejo (más allá de que sin duda ya era mayor), enfermo y probablemente algo triste, aunque su presencia y sus palabras siguieran cargadas de elegancia, ternura e inteligencia. Pero eso era el Carlo de fuera del escenario, porque una vez subido a él, y ante un pequeño puñado de personas, volvió a brillar como la primera vez que lo vi. Era imposible reconocer en él la figura cansada a la que había estado acompañando durante todo el día. Sin duda, el escenario le seguía haciendo grande, era su último refugio. Todavía volví a encontrarme con él una vez más, que, sin que yo lo sospechara, sería la última.

Como digo, la noticia me toca muy de cerca, y más porque esos encuentros y lo que estuvo a punto, a punto, de salir de ellos, habrían cambiado sin duda mi vida. Aunque como tantas otras veces me ha ocurrido, nuestra colaboración no salió adelante, mi persona quedó igualmente marcada por él, como lo ha quedado de nuevo esta semana al enterarme de su fallecimiento. Debido a mi necesidad actual de permanecer en las sombras, como Guardián de este Ático, no puedo hablar más del asunto. Probablemente ya he hablado demasiado, así que por favor, no preguntéis.

Para el resto de datos sobre su vida y obra, no dejen de leer el hermoso obituario que escribió Rosana Torres en El País del pasado miércoles y al que pueden acceder desde aquí, y como regalo de despedida, aquí tienen un momento clásico de sus actuaciones que recoge en parte la magia de lo que éstas suponían.


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