25 de junio de 2008

MIRANDO LAS ESTRELLAS: Kermit Love (1916-2008)


Sé que he estado ausente bastante tiempo, pero pronto regresaré. De momento no podía dejar pasar este fallecimiento, como ya hice con Stan Winston. Como Stan era suficientemente famoso y ya muchos blogs se han ocupado de él, tampoco fue tan grave mi ausencia, a pesar de que para mí su muerte ha sido importante; tanto, que creo que marca el comienzo del final de una de las más grandes generaciones de magos de la Historia del Cine.

Pero el caso de Kermit Love creo que puede pasar más desapercibido y sería injusto. Estamos hablando de uno de los diseñadores y constructores de marionetas más importantes del mundo, cuya colaboración con Jim Henson le hizo pasar a la posteridad como el constructor y co-creador de uno de los Muppets más importantes e identificables del Sesame Street original: Big Bird (que en España conocimos, en una versión adaptada, como Caponata, aunque ésta no funcionó muy bien). Pero es que, además de ser uno de los supervisores principales de las marionetas de este programa en sus años de máximo esplendor, también se encargó de la realización de los muñecos especiales que requerían las distintas versiones extranjeras del mismo. Y sí, fueron sus manos las que crearon a Espinete, por lo que las muertes se siguen acumulando en torno al erizo rosa.

Como bien cuenta el obituario escrito por el gran Guillermo Fesser, que aparece hoy en El País (y que pueden leer aquí), Espinete fue un descarte de la versión israelí de Barrio Sésamo que acabó en España; así que ya saben, estamos más cerca de los judíos de lo que pensábamos. Love también se encargó de los muñecos que dieron vida a los personajes del programa radiofónico de Gomaespuma en su paso televisivo por Tele 5 en los años 90.

Como todas las personas que han tenido que ver creativamente con la edad dorada de los Muppets (comenzando por el cada día más irreemplazable Jim Henson), su muerte deja atrás otro mundo y, como en el caso de Stan Winston, mucha magia que probablemente ya no volverá. Y eso que aún queda el gran Frank Oz, vivo y activo.

Antes de volver a mi actual silencio, quede aquí mi recuerdo a este Papá Noel de gomaespuma.

8 de junio de 2008

ESPECIALES CRIMINALES: La Trilogía Original de Indiana Jones


Han pasado ya un par de semanas desde el estreno de la hija bastarda, que rápidamente ha sido desbancada de lo más alto del ranking USA por la película que todos sabíamos que sería el gran Blockbuster de este verano: Sexo en Nueva York (2008); todo vuelve, en fin, a la normalidad. Es por eso que éste es un buen momento para inaugurar una nueva sección en el Ático: los Especiales.

En este primero estoy dispuesto a abrir la caja de los truenos, y para ello quiero obligar a todos los lectores a hacer memoria y a que reconozcan a pies juntillas lo que todos sabemos. Ahora que estamos aquí solos, entre nosotros, con la seguridad de que Lucas y su cuadrilla de abogados no nos están escuchando (porque no lo están haciendo, ¿verdad?), podemos admitir a las claras lo que es vox populi: que la pareja de barbudos nos ha estado engañando todas estas décadas y que su trilogía (me niego a llamarla tetralogía) no es la auténtica. No señores, la auténtica trilogía de Indiana Jones lleva el sello del estudio más grande de los 80, el ave fénix cinematográfico por excelencia: la Cannon.



Las minas del Rey Salomón (1985), El templo del Oro (1986) y Quatermain en la ciudad perdida del oro (1986). Esas han de ser las diosas cinematográficas que debemos adorar en nuestro panteón cinematográfico. A su lado, las aventurillas del Dr. Jones y su cuadrilla palidecen, y hasta el propio Spielberg no ha tenido reparos en aprender de ellas y reciclar sus grandes aciertos en las dos partes de su impura trilogía + 1 que rodaría posteriormente a la aparición en el mercado de estos tres joyones.

Sí, ya sé que para cuando Las minas del Rey Salomón apareció en el mercado, allá por el 85, los barbudos ya se habían sacado de la manga las dos primeras entregas de la innombrable, pero no por venir después vamos a negarle el título de original a esta genial trilogía; sería ridículo. Al fin y al cabo, el personaje de Quatermain es muy anterior a Jones, nace en la literatura de H. Rider Haggard y también había sido llevado al cine en varias ocasiones anteriores a la aparición de En busca del arca perdida (1981), comenzando tan pronto como 1919 e incluyendo King Solomon's Treasure de 1977 como precedente directo del primer título del clan de la barba (¡si hasta ya había Dinosaurios, como en Parque Jurásico (1993)!).

Pasemos pues a un repaso por estos tres monumentos de la aventura y el humor sin cortapisas, a la manera de la siempre añorada Cannon Films.




King Solomon's Mines (1985)


Las minas del Rey Salomón

USA

Dirección: J. Lee Thompson

Guión: Gene Quintano y James R. Silke (basado en la novela homónima de H. Rider Haggard)











Dogati (respecto a la música de Wagner que se ve obligado a escuchar durante su viaje): We must cross rivers, we must climb mountains. Must we listen to this, too?



Algún espectador corto de vista podría pensar que estamos ante una mera copia, en cuanto a tono, ritmo y sentido del humor de Indiana Jones y el templo maldito (1984), estrenada un año antes. Esto, además de una herejía (¿desde cuándo la Cannon se dedicaba a copiar éxitos recientes?), se desmonta por sí solo tras ver el film. No sólo el sentido del humor y el ritmo de este film es superior al de Indiana (como negarlo ante una película que está más cerca de la parodia bien entendida que de la clásica copia apresurada, y que comienza inmersa en plena acción, sin tan siquiera unos minutos de introducción, para ya no parar hasta el final), sino que además está tan repleta de buenas ideas que el propio Spielberg no tuvo problemas en apropiárselas para la tercera aventura del héroe con nombre de perro: vean y comparen sino la persecución sobre los techos del tren con el comienzo de Indiana Jones y la última cruzada (1989), o la prueba del paso sobre el lago de la cueva pisando las piedras adecuadas para evitar la trampa que algunas esconden con una de las pruebas finales de la misma película, por ejemplo.



Además, una película en la que la pareja de héroes pasa por situaciones tan fantásticas como estar a punto de ser hervidos en una olla gigante (con sus verduritas picadas y todo), de la cual se salen a golpe(s) de ingenio para salir rodando colina abajo y acabar entre una manada de leones (y luego se quejan del momento nevera del último Indiana), en la que para atravesar unas arenas movedizas los malos pasan por encima de los cuerpos atrapados de sus compañeros, en dónde incluso aparece una araña gigante y un monstruo marino en los últimos minutos (esto ya la eleva a una categoría superior) o en la que el protagonista lleva una cinta de leopardo tan molona en el sombrero, es, coincidirán conmigo, difícil de superar.



Recordemos además que Sharon Stone, la partenaire del héroe en esta ventura, fue una de las opciones que barajó Spielberg para El templo maldito, y si su bragueta no se hubiera impuesto, sin duda la habría escogido. ¡Qué variedad en el registro! ¡Qué bien grita! ¡Si está hasta dispuesta a dejarse torturar para salvar a su padre (bueno, solo durante un segundo)! ¡Y dispara también! La chillona de Willie poco tiene que hacer en comparación. Por no hablar también de su protagonista, Richard Chamberlain, que se lo pasa en grande como Quatermain y que además luce pistolón (¿quién necesita un látigo cuando tiene pistolón? Que se lo digan sino a Indy en En busca del arca perdida).



Tenemos caníbales, cocodrilos, un tesoro escondido, torturas, nazis, vuelos en avión, a John Rhys-Davies como nexo de unión con la otra saga (ya que Spielberg no había querido sacarlo en El templo maldito), banda sonora de Jerry Goldsmith (con un excelente leitmotiv para el tema principal del héroe), una portada dibujada muy chula, dirección del estupendo J. Lee Thompson (Los cañones de Navarone (1961), El cabo del Terror (1962), las dos últimas partes de El planeta de los Simios o Cumpleaños Mortal (1981)) y también un mismo director de fotografía para las tres partes, Álex Phillips (sí hombre, el de Surf II: locura de playa (1984) o Botas duras, medias de seda (1976); ese mismo), que, al contrario que Douglas Slocombe, se arriesga y decide que la fotografía de las tres películas mejor que no tenga nada que ver entre ellas, y por supuesto las desquiciadas mentes de Menahem Golan y Yoram Globus detrás (¿Menahem no les suena como a mí a enajen-ado?), encargándose de que todo posea las adecuadas dosis de psicotronía. Un festín.









Las Claves del Caso


Pericia Criminal: Quatermain esquiando con sus zapatos sobre las vías de ferrocarril; la secuencia de la marmita con los caníbales y los leones; el templo final con sus peligros: la estancia con el techo de estalactitas que desciende (¿dónde habré visto esto antes?), el lago con las piedras falsas, un monstruo acuático y ¡una araña gigante!; la música de Goldsmith; Richard Chamberlain, que es un cachondo; John Rhys-Davies, que es un cachondo; Golan y Globus, ¡esos sí que son unos cachondos!; pero sobre todo el aroma de serie B pulp y lo bien que pasa todo.












Bajos instintos: ehhhhhhhhhh… ¿Sharon Stone? (aunque no enseñe nada)




Pistas Delatoras: las transparencias son excesivamente evidentes; la secuencia con los hombres que viven boca abajo en los arboles es realmente vergonzosa y su vena paródica probablemente no será fácil de asimilar por todo el mundo.






7 Pisos y media escalera




Firewalker (1986)


El Templo del Oro

USA

Dirección: J. Lee Thompson

Guión: Robert Gosnell (sobre una historia de Robert Gosnell, Norman Aladjem y Jeffrey M. Rosenbaum)











Max: We need a new plan.



Un año después, sin dejarnos respiro (¿qué es eso de esperar 19 años?), ya tenemos la segunda parte y como el caso de Indiana, se trata de la más polémica de las tres. Para empezar, muchos espectadores le niegan su cualidad de secuela oficial por el simple hecho de cambiar a sus protagonistas (como sí eso no lo hubiéramos visto ya más veces, recordemos Halloween III: el día de la bruja (1982), por ejemplo), cuando cualquiera con dos ojos de frente, puede ver que nos encontramos ante una continuación que reúne todos los elementos que hicieron grande a su predecesora (cartel chulo, Lee Thompson en la dirección, sentido del humor muy cercano a la parodia, escenarios exóticos, aventura a raudales, una rubia tonta…) e incluso se permite añadir nuevos aciertos como cambiar a Richard Chamberlain por Chuk Norris (¿dónde va a parar?) o a Sharon Stone por Louis Gosset, JR.: que sí, que es negro, que es un tío y que además está Melody Anderson dando el contrapunto femenino, pero la auténtica relación de amor todos sabemos que se da entre los dos primeros.



Una vez despejadas las ridículas reticencias que tienen algunos para incluirla en la trilogía (por si hiciera falta otro argumento de peso, ahí tienen la pistola que exhibe el protagonista en los tres carteles, y que, eso sí, misteriosamente va menguando con el avance de la saga), pasemos a glosar sus virtudes. Empecemos por el hecho de que una vez más, Spielberg (o puede que esta vez fuera Lucas, o ambos), que es un sórdido en la sombra, se la tragó de pe a pa y cuando ya no sabía por qué guión decidirse para su innecesaria cuarta entrega, él y hasta-luego-Lucas decidieron ir a lo seguro y basarse en una peli de la Cannon, en ésta concretamente (y en parte también en la tercera). El argumento principal, como verán es seguido fielmente en sus elementos básicos por la última aventura del héroe mal afeitado y no es para menos, ya que aquí ya tenemos Aztecas, el descifrado de claves dejadas por otro para dar con un templo donde se esconde el lugar para comunicarse con un ser divino (de divinidad, no de Alaska) o las aventuras por la selva, y todo además sin necesidad de recurrir a volver a contratar a los extraterrestres de Encuentros en la tercera Fase (1977) y modernizarlos poniéndoles expresiones de Gollum.





Por supuesto, el sentido del humor es aquí más contundente que en ninguna de las otras entregas, desde una primera secuencia inolvidable en el desierto, con un malo de opereta que ha inspirado con seguridad la caracterización actual de la Blanchett, en la que los diálogos chanantes entre la extraña pareja fluyen sin cesar (no en vano su guionista Robert Gosnell era también el de… eh… olvídenlo) y en la que la acción, una vez más, vuelve a comenzar desde el minuto uno.





Además, también podemos ver sobrecogidos las actitudes dramáticas de Norris cuando cree haber perdido a su amigo/amante Gosset Jr. y volvemos a preguntar porque a este hombre no se le ha concedido nunca un Oscar (¡ni siquiera honorífico!) y, cómo no, como concesión a sus millones de fans, nos obsequia con varias patadas voladoras en cámara lenta marca de la casa (¿quién dijo que las artes marciales no pegaban con las aventuras selváticas?).



Al final, como en las últimas entregas de Indiana, también el malo fallece por su exceso de codicia, otro elemento más que los constructores de castillos en la playa han plagiado descaradamente de esta trilogía, y sólo el espíritu de colaboración y de amistad entre los protas les permite salir de situaciones comprometidas como estar colgando ambos de una cuerda sobre un pozo de lava, eso sí, por lo menos bien abrazados.





¿Y la chica?, Melody Anderson, que ya había sido cabeza de cartel en el inolvidable Flash Gordon de 1980. Pues no pinta nada, igual que Willie en El templo maldito: eso sí lo tienen en común estas dos segundas partes de ambas sagas. ¡Pero fíjense de nuevo en el cartel! Sin duda, como también ocurre una vez más con El Templo, es el mejor de los tres. ¡Y vuelve a salir Rhys-Davies! Venga, ¡qué no pare la aventura!







Las Claves del Caso


Pericia Criminal: el gran canto a la amistad entre hombres que supone toda la película; la continua ristra de diálogos chispeantes; John Rhys-Davies sigue aquí; la presencia de Will Sampson, el indio de Alguien voló sobre el nido del cuco (1975) y Poltergeist II: el otro lado (1986), en su último papel cinematográfico antes de su fallecimiento; el Beetle con estampado de leopardo por las autopistas de la jungla (las mismas de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008), sí); la gran idea de Golan y Globus de unir a los protagonistas de Águila de acero (1986) y Desaparecido en combate (1984), destilando química a raudales; y como no, Chuck Norris: todo él, y sus patadas voladoras también.








Bajos instintos: ahhhhhhhhhh… ¿Melody Anderson con crema antiarrugas?




Pistas Delatoras: la larga secuencia en que el trío protagonista se disfraza de curas parece sacada de una película de las de Jaimito y no acaba de pegar muy bien con lo demás; que a ratos parezca que nos encontráramos ante una película de personajes, en la que las escenas de acción/aventura son demasiado escasas; que se nota que el presupuesto comienza a faltar y que la melodía de Goldsmith de toda la trilogía no aparezca en la película (aunque sí aparezca en el tráiler que les he dejado más arriba, lo cual no deja duda alguna sobre la unión de los tres filmes).




7 Pisos




Allan Quatermain and the Lost City of Gold (1986)


Quatermain en la Ciudad Perdida del Oro

USA

Dirección: Gary Nelson

Guión: Lee Reynolds y Gene Quintano (basado en los personajes de las novelas de H. Rider Haggard)








Allan Quatermain (refiriéndose a su hermano desaparecido): He was always ready to go off at the drop of a legend.



Bueno, pues sí, la aventura se paró un poco; pero hay que comprender que son tres películas en sólo dos años, lo que no es nada fácil, y además aquí Lee Thompson es sustituido por Gary Nelson, un director correcto pero algo menos inspirado, a pesar de contar en su filmografía con películas como Freaky Friday (1976) o El abismo negro (1979), y de ser el director que más episodios dirigió de la serie clásica de El Superagente 86 (1966-69); y eso sí que es un currículum. No obstante, hay que decir a su favor que si la película no brilla tanto como las otras es más culpa de un guión menos medido en cuanto a ritmo (las ideas no son malas, pero el último tercio se queda un poco enlodado), y también de que, como siempre fue habitual en el dúo Golam-Globus, los presupuestos de sus sagas iban menguando con cada nueva entrega y eso se nota. También es de las tres películas, la que bebe más directamente de Indiana Jones y el Templo Maldito, que recordemos que sólo hacía dos años que se había estrenado; sobre todo en la figura del malo, en su pozo de sacrificios (en este caso de oro) y en el giro del papel de Sharon Stone para acercarlo aún más a la, ya a estas alturas, modélica Willie (¿quién lo iba a decir?).





No obstante, de nuevo encontramos varios elementos fagotizados de este film en el último Indiana, como son la idea de casar al héroe y hacerle sentar la cabeza (aquí afortunadamente, Quatermain se consigue zafar sin problemas del envite nada más comenzar la película), el templo misterioso escondido en un lugar remoto de la selva (en este caso se accede a él tras unas impresionantes cataratas tras las que se encuentra aislado del resto del mundo, más o menos como en la última hija bastarda de la otra trilogía), el ir detrás de un personaje extraviado que también buscaba el emplazamiento de un lugar mítico y maravilloso o el hecho de que en esta tercera parte, por razones desconocidas, Quatermain luzca en la portada un indisimulado látigo del que no hace uso en toda la película (aunque, por lo que se ve en el tráiler que les dejo más abajo, hay escenas eliminadas en las que sí lo utiliza): lo mismo exactamente que ocurre con Indy en La calavera de Cristal.





Eso sí, la película vuelve a tener a Chamberlain y a Stone como simpática pareja protagonista, aunque los diálogos hayan perdido buena parte de su calidad y gracia. Para compensar tenemos un diseño de vestuario y peinados (de los malos concretamente) delicioso en su beísmo desquiciado. También, como elemento más negativo, hay que reseñar la incorporación de un nuevo personaje (una especie de mentiroso y traicionero chamán) a la expedición, que viene a ser como el Jar Jar Binks de esta trilogía (puede que hasta le sirviera a Lucas de inspiración por su carácter de mosca cojonera), y no menos importante es la imperdonable ausencia de John Rhys-Davies (equivocación que también comparte esta trilogía con la de Spielberg).



Las cabezas pensantes de la Cannon (ya se me ha escapado un chiste) decidieron que ya estaba bien con tres películas aventureras en sólo dos años y decidieron darle un descanso a la trilogía que finalmente sería definitivo (sí, ya sé que sacaron otros derivados, pero no es lo mismo), aunque eso no ha evitado que haya seguido viviendo para siempre en nuestros pútridos corazones.



En el caso de los millonarios de las barbas, no supieron parar cuando ya había suficiente, y el fulgor del oro les cegó; lo cual les une aún más a los personajes de esta trilogía, que al contrario que Indiana no tienen ninguna coartada cultural en sus expolios y se guían únicamente por el vil metal.







Las Claves del Caso


Pericia Criminal: la ultra-pulp secuencia del parque acuático, incluyendo unas marionetas dignas de Juan Piquer Simón; el contar con la voz de Darth Vader como compañero de aventura y con la gran Elvira y el todoterreno Henry Silva (haciendo de perfecto doble de Brian May) como gran pareja de malos; el indisimulado homenaje a Dragon’s Lair (1983) en la secuencia de los rápidos y la alegría y diversión contagiosa que desprende buena parte de la película.








Bajos instintos: ummmmmmmmmm… ¡Ah, sí!, Cassandra Peterson usa diversos modelitos durante sus distintas apariciones en el filme, acentuando su conocido lado sexy; ¿eso vale?








Pistas Delatoras: la película tiene fallos importantes de ritmo, especialmente en la última parte; a pesar de lo bien que pinta la secuencia de las vagonetas y el látigo que aparece en el tráiler, ésta no sale en la película; el hindú Jar Jar Binks es totalmente insoportable y prescindible; las transparencias aquí son ya para darles de comer aparte; y, sobre todo, que ya no hicieran más partes de tan cachonda trilogía.






6 Pisos y media escalera




Y tras este ejercicio de verdad purificadora (no me lo agradezcan, no me lo agradezcan) puedo terminar diciendo que la +1 de las aventuras del falso Indiana Jones es un ejemplo perfecto de cómo Spielberg trata por todos los medios de imitar a Steven Spielberg (ese director que desapareció hace unos 20 años, suplantado por un impostor), cuando en realidad hacer eso no le apetece lo más mínimo (es fácil descubrir en la película que al final han rodado el gran capricho Lucasiano que es; Spielberg lo hace sólo por los fans), ya que ahora es un hombre hecho y derecho, con su familia, su viejuna a cuestas y su seriedad y trascendencia, en la que no encajan historias de látigos y sombreros (aunque sí los eternos problemas paterno-filiales). También, por desgracia, en el camino de tanta imitación (y entre bostezo y bostezo), se le descubre como un pobre seguidor del clan de los Emmerich, los West o los Sommers. Que le dejen de una vez rodar la biografía de Lincoln, que es lo que el pobre hombre realmente desea y a Ford que le regalen también de una vez el carnet de jubilado, que hace tiempo que perdió las ganas de interpretar.

Como ya dije que no iba a hacer una crítica sobre la película +1 (y ya han visto en este artículo que no la he hecho…), les remito directamente a este estupendo análisis al que me adscribo sin ninguna dificultad y les emplazo a que revisen esta auténtica trilogía de Indiana Jones ya mismo. Ya saben, volvamos a adorar todos a la Cannon y dejemos de darle dinero al Tío Gilito.





Apunte Extra: tiene gracia que En busca del arca perdida se inspirara en gran medida en un cómic de este último personaje. Finalmente el círculo se ha cerrado.