26 de mayo de 2008

BOLA EXTRA: Indy y yo

Sigo llegando tarde. Ya se está haciendo una costumbre. A la espera de poder ponerme a escribir el artículo sobre mi particular trilogía de Indiana Jones y de ver su última entrega (ambas cosas espero que sucedan esta semana), os dejo un pequeño adelanto de mi personal celebración sobre Indiana (en este caso sobre el personaje oficial), que escribí destinado a la hiperfiesta organizada por Noel en Indy y nosotros (pinchad aquí para acceder al artículo resumen de la celebración, desde el cual se puede acceder a todas sus entradas; merecen mucho la pena), pero que como digo no llegó a tiempo por unas horas (lo siento Noel).

Aunque no es costumbre por aquí seguir la actualidad cinematográfica o comentarla, esta semana Indiana será una pequeña excepción. No en vano su nueva aventura supondrá mi regreso a una sala cinematográfica (como espectador) después de muchos meses; pero eso sí, no esperen ver por aquí un artículo sobre lo que me ha parecido esta última entrega (lo más será un pequeño apunte, llegado el caso).

Aquí está, pues, el relato de mi conexión con Indy, su universo, y con Spielberg por ende.



En el templo



Creo que aún no había cumplido los 6 años, la noche en que en una hermosa y gran sala de proyecciones de provincias, en una villa perdida del norte de España, mis ojos contemplaron mi primera película adulta. Su título era demoledor: Indiana Jones y el templo maldito (1984), y a partir de ahí todo cambió.

Ya en las navidades del 82, con sólo 4 años sobre mis espaldas, Steven Spielberg me había derrumbado absolutamente en la butaca con E.T., el extraterrestre (1982). Ésta es la primera película de la que tengo un claro recuerdo como espectador, por lo que podría decirse que fue mi primera película, aunque tampoco lo puedo asegurar. El acontecimiento lo redondeó el hecho de que por primera vez acudía a un cine de la capital del reino, aprovechando un viaje familiar. Me costó múltiples ruegos e insistencias a mi familia, y la experiencia tuvo su miga, con una platea abarrotada y entregada, y con los ojos y el corazón del niño solitario que yo era abiertos como platos. Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Al año siguiente llegarían las películas de Walt Disney y puede que alguna otra infantil, pero habría de esperar hasta finales de 1984, para que ante mí volviera a cruzarse Spielberg. Fue otra ocasión de estreno, con el cine a reventar, y en la que ya mi mente imaginaba las múltiples experiencias nuevas que iba a poder contemplar en la pantalla, mientras aguardaba con mis padres en la cola para las entradas y miraba una y otra vez el bellísimo póster del film. Me había costado mucho trabajo convencerlos para poder participar en una de sus noches de sábado cinematográficas. Esas noches siempre me tocaba quedarme en casa de mis abuelos, sabiendo que mis padres acudían a ese lugar maravilloso dónde todo era posible; pero esa noche me negué en redondo a no acompañarles, sin saber siquiera qué película iban a ver. A mi padre, que siempre fue muy liberal en ese aspecto, no le pareció mala idea; después de todo si la película me impresionaba negativamente ya no daría más la paliza y si me gustaba haría que creciera más rápido, que era algo que él deseaba fervientemente. Pero mi madre fue mucho más dura de roer, se temía que la película pudiera ser demasiado fuerte y hasta el último momento se negó, a pesar de que ella siempre había actuado en este tipo de disquisiciones como la parte a mi favor.

Recuerdo que ya sentados en las butacas, muy cerca de la mastodóntica pantalla, estaba preso de un ataque de excitación y me arrodillaba sobre la butaca contemplando a mis espaldas la platea, viendo la impaciencia en las caras de la gente (estaba claro que sabían lo que venían a ver), y comprobando feliz que no había otro niño a la vista. Había conquistado el territorio adulto. Cuando las luces por fin se apagaron y empezó el espectáculo (tras la inevitable tanda de anuncios) con el impresionante número musical de apertura, me embarque en una montaña rusa sin freno de pura emoción, aventura y magia, que sólo se veía frenada de cuando en cuando por las insistencias de mi madre para que no viera tal o cual cosa: que me podían impresionar (especialmente en las secuencias del banquete y en la de la extracción del corazón). Ella, que nunca fue muy dada para este tipo de escenas, sí que se impresionó y lo pasó muy mal con ellas, y también con la de los bichos, pero yo disfrutaba y reía como un enano (que es lo que era). Y es que mi madre no podía comprender que para un niño como era yo, todas esas excursiones al lado oscuro no podían ser más que un motivo de orgullo y de probado valor para mi vida cotidiana, y que servían además para alimentar la parte sádica y violenta que todo niño lleva dentro (bien que saben esto todos los grandes escritores de cuentos infantiles). La película terminó, Indy se había convertido ya en el padre ideal y Tapón en mi sosias: el niño que vivía mil y una aventuras exóticas y legendarias, el que yo mismo deseaba ser. Pero aún más importante, desde esa misma noche se despertó en mí un deseo que aún hoy sigue vivo como una llama desollante: quise saber quién era el responsable de ese gran juguete, quién estaba a los mandos. Y así fue como descubrí lo qué significaba la figura del director, y supe también que tanto E.T. como Indiana Jones provenían del mismo señor barbudo.

Indiana Jones y el Templo Maldito fue para mí la cumbre del espectáculo durante muchísimo tiempo, y aún hoy, pese a ser la película menos querida de la trilogía por los aficionados, es a la que estoy más unido sentimentalmente. Todo estaba ya allí para mí. No sólo el genio narrativo de Spielberg, que aunque se apagaría un poco a partir de ese momento no acabaría de morir nunca, sino también su inmenso sentido de la maravilla (ese sí que tras esta película sólo lo ha vuelto a recuperar realmente con la saga de Indiana), y de la aventura, y del humor... e incluso del horror. Espero que el Spielberg serio y no completamente inspirado de los últimos años, vuelva a dejar un hueco abierto en esta cuarta entrega de Indiana Jones al genio juvenil que fue; ya que, en cierta manera, ésta es la prueba de fuego del barbudo para saber si es capaz todavía de maravillarnos como antaño o si ya sólo queda en él un reflejo imitativo de aquel pequeño gran hombre que en poco más de 10 años logró poner patas arriba a la industria cinematográfica, y recibir por ello merecidamente el apelativo de Rey Midas de Hollywood. La suerte está echada.

MIRANDO LAS ESTRELLAS: Carlo Colombaioni (1934-2008)


Parece que en estos últimos meses no paran de caer guadañazos que por distintos motivos me tocan muy cerca. En este caso, más que cualquiera de los otros obituarios que he escrito hasta ahora.

Es muy posible que muchos de los lectores de esta página no hayan oído hablar del último gran clown que quedaba vivo, el último genio de ese arte tan difícil que consiste en hacer reír y llorar (y también pensar) al espectador, prácticamente al desnudo. Este desconocimiento generalizado es debido probablemente al propio carácter de Carlo, que gustaba de encontrarse con su público en la distancia corta y que desde hacía muchos años no se preocupaba demasiado por publicitar su imagen para hacerla llegar a grandes audiencias y convertirse en un personaje mediático. Tal es su grado de minimización que ni en la Wikipedia en inglés, ni en la española existe artículo sobre él, y tampoco han sido muchos los medios que se han hecho eco (como deberían) de su muerte y del vacío irreemplazable que deja detrás: es sin duda el final de una época. Pero no se deje engañar el lector por estos antecedentes, porque sólo ha de preguntar a cualquier profesional, amateur, interesado o seguidor del mundo del clown para comprender el impacto que supuso Carlo Colombaioni (como en sí toda la ilustre familia que llevó ese apellido) para todos los que tuvimos el honor de conocerle y verle actuar, y para el gran paso que dio este arte cuando decidió salir de la carpa de los circos y conquistar los escenarios. Y sí, también el cine le debe mucho, especialmente buena parte del de Federico Fellini.

Sin duda, su inmenso talento no se puede expresar con palabras, pues éstas no le hacen justicia. Era un animal de escena, allí se crecía, se iluminaba y te tocaba en lo más profundo. No exagero al decir que una interpretación suya en directo suponía un antes y un después en la vida de uno. Yo lo vi por primera vez en el año 1997 en Madrid, con el espectáculo Simpatico, eh! (un artículo de la época sobre este espectáculo se puede consultar aquí), que estuvo protagonizando a dúo con su cuñado Alberto Vitali durante más de 30 años, hasta el fallecimiento de este último. Observar de cerca sus gestos universales, sus palabras en italiano que hasta un chino habría entendido y, por encima de todo, su eterna mirada de niño, tan ilusionante como conmovedora, me dejó un recuerdo, desde ese mismo día, imborrable en mi memoria. Tanto fue así, que años después tuve el honor de conocerle y de volverle a ver actuar (esta vez en solitario) en un pequeñísimo teatro en Avignon. Ésta vez, el Carlo que tuve cerca fuera del escenario ya no era el mismo, se sentía viejo (más allá de que sin duda ya era mayor), enfermo y probablemente algo triste, aunque su presencia y sus palabras siguieran cargadas de elegancia, ternura e inteligencia. Pero eso era el Carlo de fuera del escenario, porque una vez subido a él, y ante un pequeño puñado de personas, volvió a brillar como la primera vez que lo vi. Era imposible reconocer en él la figura cansada a la que había estado acompañando durante todo el día. Sin duda, el escenario le seguía haciendo grande, era su último refugio. Todavía volví a encontrarme con él una vez más, que, sin que yo lo sospechara, sería la última.

Como digo, la noticia me toca muy de cerca, y más porque esos encuentros y lo que estuvo a punto, a punto, de salir de ellos, habrían cambiado sin duda mi vida. Aunque como tantas otras veces me ha ocurrido, nuestra colaboración no salió adelante, mi persona quedó igualmente marcada por él, como lo ha quedado de nuevo esta semana al enterarme de su fallecimiento. Debido a mi necesidad actual de permanecer en las sombras, como Guardián de este Ático, no puedo hablar más del asunto. Probablemente ya he hablado demasiado, así que por favor, no preguntéis.

Para el resto de datos sobre su vida y obra, no dejen de leer el hermoso obituario que escribió Rosana Torres en El País del pasado miércoles y al que pueden acceder desde aquí, y como regalo de despedida, aquí tienen un momento clásico de sus actuaciones que recoge en parte la magia de lo que éstas suponían.


MIRANDO LAS ESTRELLAS: John Phillip Law (1937-2008)


Se ha muerto Simbad el marino. Se han muerto la aventura, la fantasía y la inocencia. También ha muerto Diabolik, el ángel ciego de Barbarella (1968) y el Barón Rojo. Los soñadores estamos tristes. Que se lo digan sino a Carlos Aguilar.


17 de mayo de 2008

DISCOVERY CHANNEL: The Comeback (1978)


Los crímenes del ático

UK

Dirección: Pete Walker

Guión: Murray Smith (con material adicional escrito por Michael Sloan)








Mrs. B: Have you ever seen a child die of strychnine poisoning? You scum! Kill the bastard!!


Pues sí, niños y niñas, ha llegado el momento ya de introducir esta pequeña joyita del cine de terror setentero, tan delirante como fiel a la iconografía del género, y tan olvidada como reivindicable en muchos aspectos. Un posible resumen de lo que quiere ser este blog y lo que este Guardián gusta de ver, y una de esas películas a las que le sienta como un guante la trillada frase: Ya no se hacen películas así. Con todos ustedes, la misma esencia de éste blog: Los crímenes del Ático.



En primer lugar, las presentaciones: Pete Walker, el director del film, es ya por si solo un hombre a reivindicar. Un director bastante desconocido y peculiar, cuya carrera abarca solo 15 años, desde finales de los 60 a primeros 80. En la década jolgoriosa, la llegada masiva del vídeo doméstico amenazaba con retirarlo de los cines, por lo que con poco más de 40 años decidió retirarse él mismo, y para nuestra desgracia ahí sigue. Eso sí, lo hizo tirando la casa por la ventana con una película ¡de la Cannon!, y aunque el resultado no es tan significativo como en otras películas suyas, no por ello es desdeñable. La casa de las sombras del pasado (1983) tiene el honor de reunir bajo un mismo techo a buena parte de la aristocracia del cine de terror, que por aquel entonces aún seguía en pie. Ahí va eso: Vincent Price, Peter Cushing, Christopher Lee y John Carradine.

Pero son otros títulos los que nos permiten realizar un mejor retrato de este esquivo director. Comenzando por sus primeras películas, que se adscribieron sin complejos a la sexplotaition con generosas dosis de Nudity, ya fuera con la excusa de la comedia o de la cinta de acción. Películas independientes y cachondas que le dieron su mayor éxito con ¡la primera película en 3D británica!: The Four Dimensions of Greta (1972). Ya con Die Screaming, Marianne (1971), se adentra en el género de terror, que irá combinando con más Nudies durante unos años, hasta que en 1974, con House of Whipcord (1974), se encuentra con el guionista David McGillivray, con el que en solo 4 años firma 4 títulos con los que hará de puente en Inglaterra para el paso de las películas de la Hammer al nuevo cine de terror que iba a llegar en los 80. Es en esos años dónde se labra su prestigio entre los aficionados con mejor olfato, y aunque la película que hoy nos ocupa no tiende a estar tan bien considerada, en ningún momento ha de dejar de ser tenida en cuenta. Sin duda, habrá más oportunidades de ver aparecer por aquí a este realizador británico que tan contentos sabe dejarnos a la familia del Ático.



Antes de adentrarnos en el film en sí mismo, detengámonos por un momento en ese monumento de portada que lo presenta. Las primeras aclaraciones son necesarias: como era común en la época, las portadas podían variar enormemente entre los países dónde un título se estrenaba, y este caso es bastante significativo en ese sentido. La portada original que pueden ver un poco más abajo, sin dejar de ser atractiva (y por qué no decirlo, más fiel a la propia película), no puede competir con la maravillosa portada española. A pesar de estar ésta firmada, no he conseguido ni leer la firma ni detectar a su autor y también desconozco si se utilizó en más países. De todas formas, con los datos de que dispongo sí puedo afirmar que la recuerdo perfectamente dominando entre muchas otras maravillas en las estanterías de mi videoclub de barrio, y pese a lo terriblemente engañosa que resulta respecto al contenido de la cinta (como toda buena portada del género ha de ser), sí consigue reunir los símbolos del film y servir de perfecto reclamo, sin que la película luego decepcione. Como solía ocurrir entonces con las portadas, lo que en el film es mucho más lúgubre o pobre (como el ascensor que lleva al ático de nuestro protagonista o la propia máscara que utiliza nuestro asesino misterioso), es engrandecido y enriquecido en la portada, por lo que resulta una labor inútil tratar de identificar los espacios o motivos que en ella se muestran posteriormente en la película. No obstante, mírenla de nuevo con detenimiento; tienen que reconocerme que bien merece ser la entradilla que de la bienvenida al espacio criminal que este blog representa.



En lo que respecta a lo que podemos encontrar en la película, ésta juega a mezclar diversas temáticas, muy jugosas por sí mismas, con resultados sorprendentes. Por un lado está la historia del artista (músico en este caso) en crisis creativa y sentimental que trata de protagonizar un regreso al estrellato que se le resiste y al que sus fantasmas pasados no parecen querer abandonarle para dejarle volar libre. Aquí, el film nos permite admirar algunas canciones en las sesiones de grabación (el propio actor protagonista era un famoso cantante inglés en la vida real), descacharrantes una tras otra, especialmente la que interpreta con pasión nuestro músico protagonista.



También tenemos al asesino misterioso que, buscando una venganza por algún hecho que desconocemos (y que por supuesto al final de la cinta nos será desvelado), comienza a cercar al protagonista al ir asesinando a su grupo de amigos más cercanos, comenzando por su ex-mujer (en un momento de gran energía al comienzo del film, gracias al cual Walker aprovechará para irnos mostrando la descomposición del cadáver durante toda la película), aprovechándose además en muchos casos de las visitas que éstos realizan al antiguo ático que habitaba nuestro protagonista; que no obstante (y pese a figurar claramente en el título en español), no será en absoluto el escenario en el que se desarrolle la acción. Ésta se concentrará más en una vieja mansión dónde nuestro músico venido a menos buscará descanso y la inspiración perdida, y en la que se sucederán los sonidos y los lamentos extraños que no dudarán en atormentarlo en las largas noches bajo su techo. La película se adscribe aquí también, sin prejuicios, a los films de casa encantadas y los misteriosos cuidadores que las habitan.



La cuota romántica la cubre el amor pasional que el protagonista encuentra en brazos de Pamela Stephenson, la secretaria de su productor (terreno en el que sorprendentemente Walker se muestra más recatado de lo que se podría esperar) y entre tantos ingredientes tampoco vamos a echar a faltar unas generosas dosis de delirio (incluyendo un chocante y no explicado plano en el que vemos el gusto por el travestismo de dicho productor). Pese a todo, en algunos momentos la cinta no se salva de ciertos tropezones alucinógenos (el desenmascaramiento del asesino, no por inevitable por descarte, deja de tener una explicación más que pillada por los pelos), pero misteriosamente el interés por el conjunto no llega en ningún momento a desfallecer.



Si a todo lo anterior le sumamos que la película está repleta estéticamente de elementos completamente demodé, incoherentes, y en muchos casos sencillamente encantadores, y que el protagonista es capaz de zambullirse sin prejuicios en el más absoluto de los ridículos en cuanto a ropas (atención al anorak), peinados, caritas o complementos, tenemos por resultado que el cóctel final solo nos podría haber llevado al despropósito absoluto o, milagrosamente como en este caso, al gozo casi redondo.



De acuerdo, es necesario una mente muy desprejuiciada para admirar en toda su inmensidad el personal universo que Pete Walker nos presenta aquí y, sin duda y a diferencia de títulos anteriores suyos, no debe ser tomado demasiado en serio; pero esa actitud abierta no es muy diferente de la que hay que adoptar ante un Ed Wood, un John Waters o un Antonio Margheriti; mucho mejor valorados por otro lado que el autor que hoy nos ocupa. Underground, salvaje y sin complejos. Como un Robert Crumb intoxicado tras una semana en el campo; este pedazo criminal está pidiéndoles a gritos que lo redescubran. Háganle el favor.





Las Claves del Caso


Pericia Criminal: el particular universo de Pete Walker, que tan en consonancia está con las perversiones, cachondeo y alucinogenia de este blog; el momento en que nuestro cantante protagonista interpreta apasionadamente su canción; el primer (y brutal) asesinato; la portada española; la descolocadora secuencia de travestismo; los múltiples elementos estéticos descacharrantes del film y una mención muy especial a la interpretación, siempre perturbadora, de Sheila Keith (la musa de Walker).






Bajos instintos: muchos menos de los que cabría exigirle a su director. Aunque la caliente presencia de Pamela Stephenson se agradece, es muy poco aprovechada (poco más que un plano de sobeteo de culo y algún pecho muy fugaz); eso es así incluso en la secuencia del pícnic en el campo que acaba con polvazo en el coche, en donde la carne está demasiado estratégicamente tapada. ¿Qué está ocurriendo aquí?






Pistas Delatoras: aparte de la necesidad del adecuado estado mental (enfermo) para acercarse al film con buenas posibilidades de disfrutarlo, hay que reconocer que Pete Walker está un poco en baja forma en esta entrega, sobre todo si se compara con otros títulos de gran pegada de su filmografía; además cualquier intento de buscar una lógica en la trama o su resolución resultaría ridículo. Se podrían poner muchas más pegas, pero estamos ante la película que da nombre al blog, ¡qué coño!, un respeto.




7 Pisos

10 de mayo de 2008

CRÍMENES EJEMPLARES: Heroes (S1-E17: Company Man) (2006)


Héroes (Temporada 1, capítulo 17: El empleado fiel)

USA

Dirección: Allan Arkush

Guión: Bryan Fuller (sobre una creación de Tim Kring)




Mr. Bennet: People are fragile. Like tea cups. All around them the world is changing but they simply don't want to deal with it. They don't want to know what is happening to us as a species.


No he podido resistirme a comentar este hermoso crimen (aunque con ello rompa ciertas reglas de este blog) que concentra, en poco menos de una hora, todo el oficio televisivo y el talento acumulado por sus distintos perpetradores. Estos producen no solo el mejor capítulo de toda la temporada de esta serie, si no también uno de esos momentos televisivos que nos permiten recordar las grandes cualidades y fortalezas que atesora este medio cuando cae en manos de Criminales en estado de gracia.



He de ser sincero: no creo que tenga que recomendar o prevenir a nadie sobre esta serie, porque probablemente la mayoría de los que puedan estar leyendo esta entrada la habrán visto y tendrán formada su propia opinión. La mía, para que conste, admite las carencias y las irregularidades de un producto cuyo punto de partida era (y es, pues aún sigue vivo) excelente y jugoso, aunque para nada original, y que parece en varios momentos de esta primera temporada escapárseles de las manos a sus creadores. A éstos se les ve no pocas veces algo perdidos, estirando tramas, apuntando a mil y un sitios a la vez y casi siempre por debajo de sus posibilidades… hasta llegar a este capítulo. A partir de él la serie sube enteros, gana en fuerza y concreción y sobre todo en la credibilidad de sus protagonistas, y aunque el desenlace de la temporada podría haber sido mejor, el regusto final que dejó en éste Guardián fue lo suficientemente sabroso para seguir interesado en el devenir de sus aventuras.



Pero centrémonos en este episodio 17. Sin desvelar el argumento en lo posible, está claro que Tim Kring, principal creador de la serie y guionista de muchos de sus capítulos, era consciente de la necesidad de dar un golpe de efecto a un producto que empezaba a moverse moribundo, que necesitaba de energía en su narración y de nuevas fuerzas (mucho más que de las demostraciones superheroicas de sus protagonistas), y que además contaba con un misterioso y ambivalente malo, que también estaba necesitado desesperadamente de una clarificación, fuera ésta del tipo que fuera.



Así pues había llegado la hora de humanizar algo más a sus personajes, dar sentido a ciertas acciones, permitir ser héroes a los que lo son e introducir nuevos enemigos y nuevas fuerzas superiores. Pero sobre todo, había que dar sentido a la expresión Héroe que da título a la serie, y de eso es de lo que este episodio trata fundamentalmente, sin menospreciar en ningún caso todas las fisuras y ambivalencias que el calificativo en sí pueda tener. Tampoco se deja de lado la acción, más bien al contrario, pues nos encontramos ante el episodio más enérgico y emocionante de la primera temporada, que consigue, como si de un perfecto puzle se tratara, armonizar el lado más humano con el mas sobrehumano en una montaña rusa que no deja respiración, pero que al mismo tiempo contiene alguno de los remansos de calma más cargados de emoción de los últimos años televisivos. No me estoy refiriendo solo a su conclusión, sino especialmente al flashback en el que un acto tan mundano como elegir unas gafas puede simbolizar a todo un personaje, incluyendo sus sentimientos pasados y futuros y todas sus acciones.



No debemos dejar pasar por alto tampoco el dato de que Kring no es el guionista de este episodio (a pesar de serlo de la gran mayoría de la temporada), sino que éste recae en Brian Fuller, y esto no es precisamente una decisión baladí. En la televisión seriada la labor del guionista (muchas veces el creador del concepto) es de una importancia mucho mayor que en el cine, pues es en él en quién finalmente descansan las decisiones sobre los personajes y sus evoluciones, que en la televisión son el elemento clave, mucho más que la trama. Es por ello que, mientras el director de este episodio, Allan Arkush, es uno de los habituales de la serie; un buen profesional de solida trayectoria televisiva que sabe sacar todo su talento cuando le colocan un libreto que es todo oro en sus manos, como aquí demuestra; es el poco pródigo Fuller quién debe recibir los mayores elogios. Y no resulta nada rara su elección por parte de Kring, pues nos hallamos ante un creador de series de culto que ha dado y sigue dando mucho que hablar (actualmente con Pushing Daisies (2007)), y que ya había guionizado otro de los mejores episodios de esta primera temporada: el capítulo 4, que también establecía muchos elementos de los personajes principales y que concluía con uno de los finales más inolvidables de toda esta primera tanda.



Brian Fuller coge el toro por los cuernos y entrega un libreto que, desde su mismo arranque hasta su arrebatadora conclusión, hace pasar al espectador por todas las emociones, reconciliarse con la serie y los personajes, recobrar energía sobre el argumento general y disfrutar sobre todo con una excelente demostración del poder de la narración. Tal es su perfección, que funciona perfectamente como episodio aislado (a pesar de empezar en un clímax y acabar con otro), tanto como visto dentro de la serie. Cierto que tras él, muchas cosas cambiarían y no todas serían buenas (precisamente el personaje que aquí encuentra su redención, es llevado también hasta un punto sin retorno desde el cual los guionistas posteriores no han parecido saberle sacar); pero solo por este pequeño lingote de lo que significa el arte de la imagen en movimiento, creo que mereció la pena.





Las Claves del Caso


Pericia Criminal: la precisión relojera de su guión y, extrapolándolo, del conjunto del capítulo; la conmovedora humanidad (con lo mejor y lo peor) del señor Bennet, que por fin se nos descubre en este episodio; que cada personaje tenga su momento de importancia, a pesar de la compleja estructura de la trama, y salga crecido y enfilado a un nuevo futuro a partir de este punto; el extraordinario clímax; el flashback de la elección de las gafas: concentración dramática de la máxima calidad; y por encima de todo que se decidieran a hacer este episodio: era lo que la serie necesitaba.






Bajos instintos: con tanta acción, dramatismo y revelaciones hay poco lugar para la lujuria, desgraciadamente, aunque Hayden Panettiere se baste para mantener la llama siempre encendida.




Pistas Delatoras: el exceso de dependencia en los efectos digitales (tan propio de nuestros días) y lo no excesivamente trabajado de algunos de ellos, lleva a que en escenas como la salida de la casa en llamas de Claire Bennet, lo evidente del efecto digital reste emoción y credibilidad dramática al momento; que no todos los episodios de la serie que debieran haber tenido esta calidad la tuvieran.




9 Pisos

8 de mayo de 2008

COLECCIÓN DE CROMOS (3)

Aunque prometo colgar este fin de semana un nuevo Caso Criminal y espero volver a coger un buen ritmo de publicación en el blog a partir de la semana que viene, de momento habrá que conformarse con estas dos pequeñas actualizaciones de hoy.

En esta tercera tanda de cromitos vuelve a haber un poco de todo. Se abre con un regalo que le quiero hacer a Frunobulax; cabeza criminal detrás de uno de los Blogs de cabecera para este Guardián: FrunoFlickr. Se trata del poster de Starfighter: La aventura comienza (1984), una película ochentera con un argumento delirante, que había salido a colación en los comentarios de la última entrada de su blog (dedicada, por cierto, a una joya oculta cinematográfica de los últimos años: The King of Kong (2007), ¡no se la pierdan!). Pueden leer más sobre ambas películas en la propia entrada y seguir el hilo de lo ocurrido en los comentarios: todo aquí; entenderán así porque espero que le haga especial ilusión el regalo. No hay nada mejor que reencontrarse con las películas perdidas de la infancia...
























BOLA EXTRA: El tatarabuelo de Espinete

Gracias a esa maravillosa web que es Anfrix, la cual recomiendo a todos los lectores interesados en descubrir mil y una curiosidades sobre nuestro mundo, y que para mí todas las semanas es de lectura obligada, me he encontrado con el extraordinario film que les muestro a continuación.



Se trata de la película francesa de 1907 Le Cochon danseur (El cerdo bailarín), de menos de tres minutos de duración, pero que esconde en tan escaso tiempo un tesoro incalculable. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que es uno de los vídeos más sorprendentes que me he echado a la cara en mucho tiempo. No sólo es divertido, rijoso y libertino hasta decir basta, sino que además nuestro cerdo protagonista goza de un disfraz que es todo un precedente de los Muppets y de los animatronics de cuerpo entero, y recuerda muchísimo también (por sus maneras y formas de actuar) a la gestualidad del mismísimo Espinete. Los últimos segundos del vídeo son sencillamente alucinantes y casi me hicieron pensar en que era un fake muy elaborado, aunque parece que hay datos suficientes para atestiguar su veracidad. Junto con los impresionantes trucos artesanales de Méliès, se puede decir que nos encontramos con un tatarabuelo avanzadísimo de los efectos especiales que durante décadas fueron los engranajes del mundo de los sueños en celuloide, hasta su casi defunción reciente con la llegada de los diabólicos efectos digitales.

Véanlo y disfruten, y no dejen de pasarse por el enlace original de Anfrix y agradecer a Oli su imprescindible papel de gran investigador de la blogosfera. Me ha alegrado el día y el mes entero también.

2 de mayo de 2008

CASOS CRIMINALES: The Warriors (1979)


The Warriors - Los amos de la noche

USA

Dirección: Walter Hill

Guión: Walter Hill y David Shaber, basado en la novela de Sol Yurick










Luther: (mientras hace repicar dos botellas entre sí) Waaaarrrrrriiiorsss, come out to pla-ay!


Con esta película inauguramos uno de los subgéneros cinematográficos más amados aquí en el Ático, el de las películas de bandas (también llamadas de quinquis o, como diría mi abuela de gamberros). Este subgénero floreció sobre todo en los 70 y 80, con multitud de ramificaciones y perversiones (las bandas tan pronto podían ser de ciudad, como estar en el desierto o en el futuro; venir de la cinematografía americana, como de la italiana o de la australiana; no tener presupuesto, tener poco, o ser una serie A con un nombre como Francis Ford Coppola detrás), pero ya están presentes desde los años 50, en que el cine juvenil de serie B (el de auto-cines de doble sesión) se comenzó a hacer popular.



En el caso de la película que hoy nos ocupa, nos encontramos ante uno de los títulos más apreciados por los aficionados; que gozó de bastante éxito, polémica (que casi siempre acompaña a estos títulos), influencia en títulos posteriores, y que lanzó sobre todo la carrera de su director. Walter Hill saldría de aquí directo a la gloria ochentera, con títulos míticos como Limite 48 horas (1982) y su secuela; Danko: Calor Rojo (1988); o su regreso a este subgénero en la también estupenda Calles de Fuego (1984). Sin olvidar su imprescindible labor como productor, el mismo año en que dirigía The Warriors, en esa obra maestra que es Alien (1979). El co-guionista David Shaber también demostró su oficio en algunos títulos importantes en años posteriores, como Los halcones de la noche (1981) o El eslabón del Niágara (1979).

Pero seguramente ésta sea la película por la que ambos serán más recordados. Considerada por muchos como un gran cómic, sin que pueda saber muy bien lo que eso significa, puesto que el cómic es un medio, no un género o estilo, y cualquier parecido de esta película con Watchmen (1987), por poner un ejemplo, es claramente pura coincidencia. En realidad, si hubiera que hacer una analogía con otro medio, sin duda estaríamos más cerca del perfecto arcade Beat’em up en el que recorremos pantallas (casi siempre urbanas) repletas de malosos a los que hay que hostiar para poder seguir avanzando y llegar así a nuestro destino (con enemigo final incluido). Aunque aquí no tengamos enemigos de final de fase, la división en fases si que está muy marcada, puesto que nuestro grupo de macarrillas (los Warriors del título) ha de atravesar todo Nueva York en una sola noche para regresar a su guarida, pasando por diferentes barrios de la ciudad. Al haber sido falsamente acusados del asesinato de uno de los más poderosos jefes de las bandas de la ciudad, justo cuando éste intentaba unir a todas las bandas, serán puestos en búsqueda y captura y perseguidos allá por dónde pasen por el grupo al que corresponda dicho territorio (todos con una divertida iconografía diferenciadora, que da lugar a una secuencia de arranque, en que van siendo presentados, realmente descacharrante).



Aunque así explicado pudiera parecer de una estructura bastante simple y repetitiva, la fuerte personalidad con que son identificados cada miembro de los Warriors (especialmente un protagonista de sentimientos complejos y difícil a la hora de las relaciones amorosas), las tramas paralelas que se van sucediendo al ser separado el grupo, y sobre todo el buen sentido del ritmo y la energía de su director, logran que la película posea dos elementos de gran importancia para garantizar la diversión: empatía con unos personajes muy característicos y un excelente sentido de la aventura, en este caso urbana. Y aunque es indudable el poco realismo de la historia y de los personajes, que no obstante toma como base una situación histórica en la que un grupo de guerreros griegos quedo aislado entre las tropas persas y tuvo que abrirse camino entre ellas para regresar a su territorio (como la versión del director sacada ahora en DVD se encarga de remarcar), el film se enriquece con la estética mucho más realista y sucia de los espacios en que los protagonistas se mueven (como era habitual en el cine americano de los 70), auténticos concentradores de la violencia y de la sensación de peligro constante que recorre el film.



Película en la que lo crepuscular y el tono pesimista son dominantes, de manera mucho más clara de lo que uno pudiera esperar, y en donde ningún personaje sale especialmente bien parado. Con apuntes psicológicos y sociológicos que, aunque de fuerte ambigüedad, no se quedan en la simple superficie, la película es no obstante un ejercicio de energía y acción, que es rematado con una magnífica pelea en los baños de una estación de metro, inolvidable por su energía y violencia. Ellos son los ejércitos de la noche. O lo fueron hasta que Nueva York hizo limpieza y los reyes de la noche pasaron a ser las tarjetas Visa Oro y el ocio de tendencia más inofensiva y familiar.





Las Claves del Caso


Pericia Criminal: película canónica dentro del subgénero de tribus urbanas, todos los elementos están aquí presentes y muy bien utilizados; su director lleva con garra enérgica el film, a pesar de que éste sobre el papel pudiera tener un desarrollo lineal; los actores, casi todos completos desconocidos, dan entidad y personalidad a sus papeles (muy bien dirigidos, de nuevo); hay frases para el recuerdo y una visión en general sobre lo que se está contando que se agradece deje vía libre a sus personajes para expresarse sin ser juzgados en ningún momento (excepto por las propias reglas que el film establece con claridad); la representación de la ciudad de Nueva York, aunque increíble, tiene una gran fortaleza icónica y es un personaje más del filme; añadamos también que el líder de los Warriors tiene una personalidad compleja y arriesgada para un protagonista, resultando un personaje extremadamente interesante; no olvidemos tampoco la pelea en los baños, magnífico ejercicio de acción; y por último, y más importante en una película de acción-aventuras, estos dos elementos están perfectamente dosificados desde el primer momento hasta su mismo final (con gran ayuda de un depurado montaje), lo que hace del viaje un puro disfrute.






Bajos instintos: dentro de esta película de machos hay poco lugar para estas otras pasiones terrenales (ya suele pasar en este subgénero). Los encuentros del protagonista con su pareja femenina son tan pronto pasionales como monjiles y la carne no sale a la palestra (excepto por la camiseta ajustada sin sujetador de ella), e incluso la secuencia de falsa seducción por una banda de mujeres a una parte de los Warriors para lograr así darlos caza, está resuelta de manera harto recatada. Era previsible.






Pistas Delatoras: hay que reconocer que en su búsqueda estética por ser la aventura de acción pura y definitiva, deja de lado buena parte de profundidad (aunque algo asoma), lo que, aunque es perdonable y comprensible, podría haber elevado aún más el conjunto y redondeado el resultado; además, Walter Hill se queda a un paso siempre de conseguir dejar un sello de personalidad imborrable en la película; quizás en su asepticismo (en el fondo ninguno de los personajes parecen malos chicos, con la excepción del degenerado Luther) le falte un punto de maldad y perturbación.






8 Pisos y media escalera