22 de abril de 2009

1001 CONEJOS BLANCOS (2): Alice in Wonderland (1976)


Alicia en el país de las pornomaravillas

USA

Dirección: Bud Townsend

Guión: Bucky Searles (basado en los libros de Alicia de Lewis Carroll)









El conejo blanco: She's embarassed - I think she's still a virgin.
El sombrerero loco: Well, she SHOULD be embarassed!


La idea de llevar las aventuras de Alicia a terrenos sexuales es de las primeras que cualquier lector podría tener al acercarse a la obra, puesto que en ésta, aunque la simbología sexual no sea del todo evidente, si lo es su cualidad como libro de paso, siendo indiscutiblemente uno de los mejores ejemplos del descubrimiento por parte de una niña del mundo extraño y amenazador de los adultos. Es por ello que la existencia de una versión pornográfica de las aventuras de Alicia, era algo que debía suceder más pronto que tarde.



Es una suerte que esto ocurriera en los años 70, una década en la que, como veremos más adelante, aún existían profesionales esforzados en tomarse en serio una película pornográfica, sin pretender con ello cambiar artísticamente el concepto y la finalidad de este subgénero, pero sí permitiendo al espectador seguir la película con interés, más allá de los encuentros sexuales. Aunque los productores no llegaron tan lejos como para atreverse a hacer una película que respetara la edad de la protagonista de las novelas, la decisión de trasladar el cambio biológico de una niña que está a punto de empezar a ser mujer a una joven virgen de veintipocos que se ve obligada a enfrentarse de cara a una sexualidad reprimida por las convenciones que le impone una puritana sociedad, funciona extraordinariamente bien.



Ayuda mucho a que esto sea así, el acierto total de casting que resulta que el papel de Alicia lo asuma la debutante Kristine DeBell, que aunque fuera escogida por el morbo de haber sido portada de Playboy, muestra correctas dotes interpretativas y una ternura y candidez innatas, que no sólo le vendrían estupendamente para este personajes, sino que también le permitirían tener posteriormente una discreta pero respetable carrera como actriz normal. Es en ella en quien reposa toda la credibilidad de la cinta, y aunque cualquiera podría pensar que una historia así está destinada a ser una parodia, y aunque la propia película escoja en todo momento el camino de la comedia, su interpretación se mantiene siempre digna, firme, curiosa, sensual y creíblemente virginal, incluso en los momentos en que tiene que entrar en faena; lo que no es poco mérito precisamente.



Además, como he adelantado antes, el hecho de que estemos ante una cinta pornográfica no significa que debamos abordarla con los prejuicios que hoy en día arrastra este género, que anda cada vez menos preocupado por la realización de una obra coherente y mucho más por el encadenado de la mayor cantidad de situaciones sexuales posibles con los mínimos valores de producción y de interpretación necesarios. Nada que ver con lo que sucede aquí. Aunque se trate de una película de muy bajo presupuesto, hecha probablemente bastante deprisa y con unas caracterizaciones y maquillajes aún más carnavalescos que en la anterior película que analizábamos (el caso del conejo blanco es tremendo), todo está resuelto con mucha más gracia, frescura e ingenio que en aquella, y con generosas dosis de personalidad que hacen a la película destacar desde el primer momento.



Es aquí donde debemos señalar el nombre de su productor Bill Osco, que tan sólo dos años antes nos había regalado la imprescindible, desternillante y psicotrónica Flesh Gordon (1974); probablemente la película X más singular jamás filmada. Si bien esta Alicia no tiene ni la mitad de la osadía y la inspiración que tenía aquella, si que conserva su alegre y desprejuiciada forma de abordar las escenas de sexo, y un extraordinario espíritu de joie de vivre que recorre el film de principio a fin. Su idea de lo pornográfico (incluso en la versión de la cinta que incorpora insertos hardcore) difiere completamente de la frialdad quirúrgica en la que se encuentra enfangado el género actualmente, y sorprende por su inocencia, naturalidad y ciertos dejes hippies que aún conservaba la década (vean sino la música dulce que acompaña a muchas de las secuencias de sexo).



Pero es que además, no hay que olvidar que nuevamente estamos ante… ¡un musical!, y que esta coincidencia con la anterior película comentada en este ciclo, Las aventuras de Alicia, no hace más que destacar las grandes diferencias en la cuenta de resultados entre las dos obras; aún cuando ambas coinciden en muchas cosas (no sólo en lo musical, ya que también comparten el estilo de la década y unas caracterizaciones muy poco creíbles). Aunque esta Alicia fuera filmada con una parte ínfima del presupuesto de la otra, sin su reparto de campanillas y con unas intenciones más claramente explotadoras, deja mucho mejor sabor de boca que aquella e incluso (¡oh, profanación!) funciona mejor en el apartado musical.



Sus canciones y melodías, sin ser extraordinarias, son más agradables y llevaderas, y aunque tanto las caracterizaciones como la ambientación del país de las maravillas son de función de fin de curso, encajan mejor con el tono del conjunto, dándole un entrañable aroma a serie B hecha con ganas, pasión y sentido del humor. Sus chistes no son especialmente graciosos, aunque algunas de sus situaciones e intérpretes sí que lo sean (me gusta especialmente el encuentro de Alicia con el sombrerero loco), y la película pierde un poco de fuelle en el tercer cuarto (el episodio de Alicia con el rey y la reina de corazones y su posterior juicio), pero en líneas generales es una película que se deja ver agradablemente y que nos enseña que otro cine pornográfico es (o al menos fue) posible.



Por si necesitan un ejemplo aún más claro de cómo han cambiado los tiempos y de cómo parece que hay cosas que desgraciadamente ya no volverán, esta pequeña y modesta cinta se estreno en las pantallas de una buena parte de Estados Unidos en sesión doble con, ni más ni menos que, La guerra de las Galaxias (1977). Algo que dice mucho del respeto y la posición que tenía el cine para adultos entonces, y de cómo han cambiado los tiempos (para peor) en cuanto a la influencia de lo políticamente correcto; además de servir de perfecta metáfora del nuevo cine que llegaba y del viejo que daba sus últimos coletazos. No dejen de disfrutarla.





Las Claves del Caso


Pericia Criminal: Kristine DeBell, por encima de todo, que aúna en un mismo cuerpo la inocencia y pureza de una supuesta Alicia virgen, con una naturalidad extraordinaria para los desnudos y escenas sexuales y un fuerte componente sexy, hasta en las situaciones (o con los complementos) más ridículos; la sucesión de cartelitos, montajes entrecortados y efectos fotográficos de flu setenteros, que tan bien sientan a esta cinta; la alegría que desprende el conjunto y que han sabido trasmitir todos los que participaron en su realización; ser un gran reflejo histórico de un tiempo que se fue y que ya no volverá; la extraordinaria portada dibujada por Jack Davis, uno de los habituales de la revista MAD (1952-); que siendo tan poco fiel a la letra de las novelas, se adapte tan bien a su universo; y por encima de todo, su personalidad.




Fidelidad Carolliana: poca y libérrima si nos ponemos puntillosos, pero más que decente y atrevida en su espíritu. Aunque coja más del primero de los libros (Alicia entra al jardín siguiendo al conejo bebiendo un líquido que la hace menguar; el encuentro con el sombrerero loco -sin la aparición de la Liebre de marzo-, con el rey y la reina de corazones, con el que parece ser el gato de Cheshire con comitiva o el juicio de Alicia), también aparecen personajes del segundo, como los inevitables Tweedledee y Tweedledum (transformados, eso sí, en hombre y mujer) o la sorprendente inclusión de Humpty Dumpty, que suele quedar fuera de las versiones más canónicas. Incluso se permite algunas remezclas, como que Alicia entre en el país de las maravillas del primer libro a través del espejo del segundo; la introducción de situaciones y personajes que no consigo encontrar en ninguno de los dos, como la roca que habla; y la unión definitiva que se da en el último plano de la película con el universo de El mago de Oz (1939), al encontrarse Alicia con algunos de los personajes de el país de la maravillas en sus encarnaciones en el mundo real.




Pistas Delatoras: parece que hacia la parte final se agotaran un poco las ideas y que el paso del continuo movimiento que la precede a una larga secuencia en un mismo escenario (el palacio del rey y la reina de corazones) no esté resuelto tan bien como debiera; también, como sucede en casi todas las películas pornográficas (al igual que con muchas musicales, y ésta aúna ambas cosas), la acción se detiene demasiado en muchos casos para incluir las escenas de sexo, lo que aquí resulta más evidente en la versión con insertos hardcore que en la softcore; y no haber incluido más personajes y situaciones de las novelas.




7 Pisos y media escalera

19 de abril de 2009

WE LIVED AMONG THE PEOPLE: Episodio 1 - Pistas sin salida

Dirección: Duwayne Dunham / Guión: Mark Frost y David Lynch

Lady Leño: One day my log will have something to say about this. My log saw something that night.
Dale Cooper: Really. What did it see?
Lady Leño: Ask it.



Pasaron unos cuantos meses entre la filmación del episodio piloto y la de este primer capítulo de la serie regular. Entre medias varias cosas importantes sucedieron. La primera fue que Lynch comenzó a trabajar a pleno rendimiento en su siguiente largometraje, Corazón Salvaje (1990), que filmó mientras paralelamente Duwayne Dunham, su montador en Terciopelo azul (1986), el episodio piloto de Twin Peaks y la propia Corazón Salvaje, rodaba este primer episodio. A pesar de estar dividido entre los dos proyectos, durante los 7 episodios iniciales que la ABC le concedió para esta primera temporada, Lynch (siempre codo a codo con Mark Frost) trabajó en los guiones de la serie, supervisó la postproducción (especialmente el aspecto sonoro), y tanto él como Frost dirigieron episodios.



El otro elemento importante que cambió y que se deja notar por momentos (por más que la producción se esforzara en ocultarlo lo mejor posible), fue que se pasó de filmar el piloto en exteriores reales en el estado de Washington, a hacerlo en un estudio cercano a Los Ángeles para el resto de la serie. Si bien esto no es un problema demasiado grande para los interiores, sí que lo fue para los escasos planos exteriores, que tuvieron que enfrentarse sobre todo a la enorme diferencia meteorológica entre los dos estados: Washington lluvioso, frio y nublado y California caluroso y despejado. En este episodio se puede apreciar el cambio de look con respecto al piloto en los planos de Leo Johnson con Shelly junto al camión y en muchos de los exteriores soleados.



Aunque se perdió uno de los elementos estéticos más característicos y acertados del piloto (la contraposición entre los fríos y amenazantes exteriores y los cálidos y confortables interiores), la perdida se subsanó lo mejor posible, y el hecho de que se mantuviera el característico tono cálido de la fotografía y de la ambientación de interiores (con su ya famosa acentuación de los colores rojos), ayudó a mantener bastante intacta la estética de la serie.



Como el episodio piloto de Lynch poseía una gran singularidad, fue fácil utilizarlo como referente tonal y estético para los diferentes directores de la serie, que, como podemos apreciar aquí con Dunham, continuaron con su ritmo de planos largos y estáticos (varias secuencias, como la discusión de Bobby y Mike o la que ocurre entre Audrey y su padre, están filmadas en un único plano). Si bien Dunham no alcanza nunca la belleza y precisión en la planificación de Lynch, aprueba con nota en este capítulo, y lleva el episodio con gran dignidad y sentido del ritmo (no en vano es sobre todo montador).



También es cierto que este primer capítulo contiene muchas menos sorpresas que el piloto o el episodio que vendrá a continuación (también dirigido, como era fácil adivinar, por el propio Lynch), pero aquí se establece más firmemente el auténtico corazón de la serie: las relaciones entre sus extraños personajes.



A quien este episodio le entusiasme por lo que es, sabrá ya que le encantará esta serie. Porque si bien Twin Peaks está repleta de fenómenos extraños, sorpresas y emociones, las más de las veces es ante todo un retrato de un lugar y de la gente que lo puebla. Por ello, aunque la investigación sobre el asesinato de Laura Palmer siga adelante, es fácil ver aquí que ese no es el interés real de los creadores de la serie, sino sólo el MacGuffin para tirar de la trama. En realidad, Lynch hubiera deseado no haber tenido que solucionar el misterio nunca, ya que su reto era descubrir cuánto se podía mantener una trama colgada del hilo de un misterio, sin llegar nunca a resolverlo y sin perder al mismo tiempo el interés de los espectadores. Desgraciadamente éstos, con el apoyo firme de los directivos de la ABC, le dejaron claro enseguida que iba a tener que solucionarlo mucho más pronto de lo que se pensaba.



Así pues, tras volver a reintroducir a los personajes, continúa la investigación. Se descartan algunos sospechosos como James Hurley, se mantiene la intriga sobre Bobby Brigs y Mike Nelson, se confirman detalles escabrosos del pasado de Laura (como su consumo de cocaína) y se acentúa mucho el papel de malo de Leo Johnson; no sólo con el detalle de la camisa manchada de sangre que encuentra su mujer, sino también con la paliza que le da a ésta (en una escena de una violencia inusitada para la televisión), en la que Shelly se refugia en la esquina de una estancia a medio construir, con las paredes aún cubiertas en plástico…



Pero la trama se desarrolla también por otros lados: el agente Cooper (como siempre en la serie, el personaje que sigue el espectador) conoce a Audrey y comienzan a saltar chispas en la pantalla, Nadine encuentra la solución al ruido de sus cortinas, James estrecha relaciones yendo a cenar a casa de los padres de Donna, conocemos el plan de Catherine Martell y su amante Benjamin Horne para arrebatarle la serrería a Josie y descubrimos que fue el psiquiatra Lawrence Jacoby, que trataba a Laura, quien robo la parte del colgante perdida al final del capítulo piloto (lo cual también le coloca en la lista de los más sospechosos de ser culpables de su asesinato).



También se remarcan algunos iconos obsesivos como la tarta de cerezas o el café (al que se le dedica buena parte del episodio, desde el matutino del agente del FBI, al que sirven en mal estado a éste y al Sheriff porque en la cafetera había ¡un pescado!); el humor extraño sigue ocupando, pues, sus generosos minutos, con algunos gags que se repetirán, como el de los personajes que hablan con la boca llena (de donuts en este caso); y la camaradería entre Cooper y Truman también se asienta, convirtiéndose rápidamente en uno de los pilares de la serie. Esta relación, que el propio Truman compara acertadamente con el modelo de Holmes y Watson, lleva a que Cooper siempre vaya un paso por delante, seguido de un fascinado pero activo Truman, que no deja de sorprenderse por la capacidad receptiva y analítica de éste (no en vano, en este mismo capítulo, Cooper no tarda ni dos segundos en descubrir su relación con Jocelyn Packard).



En definitiva, asistimos a un día cualquiera en la cotidianidad de este encantador pueblo que es Twin Peaks.





Souvenirs de Twin Peaks


Cafeína y tarta de cerezas - algunos momentos para recordar en este magnífico episodio serían ver a Leo Johnson ondeando una pastilla de jabón metida en un calcetín, preparado para apalizar a su mujer; un nuevo detalle fetichista en la fijación por los zapatos de Audrey; el momento en que Cooper y Truman se enteran que en la cafetera en la que acaba de hacerse el café que están tomando había un pescado; Nadine con la bolsa de algodones; la hostia que el mayor Briggs le planta a su hijo Bobby, que acaba con el cigarrillo de éste aterrizando en la carne que su madre estaba comiendo; el Doctor Hayward viniéndose abajo ante el dossier forense de Laura Palmer; las sutiles variaciones sobre los temas musicales centrales de la serie que se introducen en este episodio o los pocos momentos inquietantes que detallo en el siguiente apartado.




La habitación roja - escasas y muy crípticas apariciones de lo sobrenatural. El agente Hawk ve a Mike (el hombre manco) dirigirse al depósito de cadáveres a través de uno de los espejos de la comisaría, lo que despierta sus sospechas; y en una visita de Donna a Sarah Palmer, esta última tiene una nueva visión: primero de la cara de su hija sobre la propia Donna y luego de Killer BOB a los pies de la cama de Laura; aunque éste plano es tan rápido y tan cerrado, que resulta difícil de entender y de ubicar para el espectador. Es ésta además la primera aparición de un plano del llamado final europeo del episodio piloto; final que tendrá mucha más presencia en los dos próximos capítulos.




8 Pisos y media escalera

15 de abril de 2009

ALL THE COLORS OF THE DARK: Mario Bava (1914-1980)


Si existe un gran maestro del cine europeo que aún no haya sido lo suficientemente reconocido (entendiendo por suficiente, ser aceptado entre los grandes directores de la historia del cine, sin añadirle a esto último la coletilla de fantástico), ese es sin duda el imprescindible Mario Bava.



Poco a poco se van dando pasos para su reconocimiento global, y también para darlo a conocer a las nuevas generaciones (y no solamente a las más afines con el género fantástico-terrorífico). Pero en su contra juega su adscripción a los géneros populares considerados históricamente menores (terror, western, ciencia ficción, péplums…), la poca importancia y relevancia que él mismo y sus contemporáneos dieron a sus películas en su época (recordemos que la carrera de Bava se encuadra cronológicamente con la de Fellini, Visconti, etc., dentro de la edad de oro del cine italiano) y especialmente el hecho de que la grandeza de su obra se sitúe lejos de los esquemas narrativos convencionales más aceptados por el espectador e historiador medio, ya que su fuerza como creador radicó siempre más en el lenguaje cinematográfico que en las bases argumentales de sus films (siendo éstas en algunos casos tan pobres como casi inexistentes).



El cine de Bava nació de las trincheras, con bajos presupuestos y en muchos casos difíciles condiciones de rodaje. El mismo veía el cine como un oficio más (aunque se dedicaba a él de manera compulsiva, lo que ha dificultado enormemente el poder trazar una filmografía oficial de su carrera) y hacía sus películas para sí mismo, dando por hecho de antemano que ni a críticos ni espectadores les iban a gustar. Pero su talento ha llevado a que su lugar no corresponda con los silenciosos y modestos márgenes de la Historia, aunque posiblemente fuera ahí donde él se habría encontrado más a gusto.



Bava es el pintor cinematográfico por excelencia. El gran maestro del color que, paradójicamente, tiene como obra más emblemática y popular, su opera prima La máscara del demonio, rodada en blanco y negro. El director que nunca dejó de considerarse ante todo director de fotografía (la profesión que le vio nacer y que nunca abandonaría). Un creador que al no contar con la presión de las grandes gestas sobre sus espaldas, se pudo permitir experimentar y desarrollar el lenguaje cinematográfico dentro de los géneros a priori menos adecuados para ello. Igual que ocurrió no hace tanto tiempo con Sergio Leone (otro director de una fuerza narrativa poco convencional, esencialmente cinematográfica), ha llegado ahora el momento de reivindicar a Bava sin cortapisas.



La escuela que ha creado su particular caligrafía fílmica, visible en muchos cineastas modernos, ha llevado a que hayan sido los propios directores (a la manera de lo ocurrido en los primeros años de la fundacional Cahiers du Cinéma), más que los críticos e historiadores, quienes hayan levantado la voz reclamando un lugar entre los grandes para este técnico. Tarantino no necesita proclamar su entusiasmo por el maestro, pues su magnífico gusto como espectador y los préstamos que se pueden encontrar en su obra lo hacen evidente, al igual que ocurre con otros admiradores confesos como Tim Burton, David Lynch o John Carpenter; todos con un uso de la luz, el color y los movimientos de cámara con claras influencias suyas. En cambio, que un gran pedagogo de la historia del cine (y al mismo tiempo fundamental director) como es Scorsese, escriba la introducción de Mario Bava - All the Colors of the Dark (2007), el que sin duda es el libro definitivo sobre su obra y su persona, es un paso mucho más importante para su reconocimiento oficial, a la vez que claramente coherente con quién lo realiza.



Pero es en realidad el aficionado más exigente, el connoisseur internauta del siglo XXI, el que más está haciendo por dejar el nombre de Bava en el sitio que se merece. Es por esto, que no es de extrañar, que haya sido Tim Lucas, un fan y pequeño editor totalmente profesionalizado, como mandan los tiempos, el encargado de llevar a cabo la publicación del gran libro sobre el maestro, en lo que probablemente haya sido (por tiempo dedicado, por intensidad y por el tamaño del resultado) el trabajo de su vida. Tim, en su empeño por recuperar la figura de Bava para un público contemporáneo (que incluye también comentarios de audio y supervisiones de calidad en las ediciones videográficas y en DVD de la filmografía del maestro en los USA), está más cerca de la labor que Forrest J. Ackerman hizo para devolver a la actualidad al cine de terror clásico de la Universal desde su tribuna de Famous Monsters of Filmland durante los años 60, que del pequeño granito de arena que pueda aportar un servidor con este ciclo.



Su libro es un lujo, un tesoro literario en forma y fondo; enorme, visualmente apabullante (no se merecía otra cosa el biografiado), ganador de múltiples premios literarios, e imprescindible en cualquier biblioteca cinematográfica ecléctica y rigurosa. Su precio puede echar para atrás (y más ahora, que cada vez quedan menos ejemplares), pero lo vale, y solo hace falta tener entre las manos una vez el volumen para darse cuenta. Se pueden observar algunas páginas del libro aquí y se puede encargar (mientras queden ejemplares) en la web de su autor.



Scorsese dice en el prólogo del libro que si le preguntaran a él sobre el argumento de alguna película de Bava no sabría que responder, y que eso se debe a que sus películas son demasiado hipnóticas, como si fueran sueños. Dice que coloca a sus espectadores y a sus personajes en un estado inquietante y extraño, en el cual se ven forzados a seguir avanzando, incluso aunque no sepan muy bien por qué o hacia dónde se dirigen. La atmósfera por sí misma se convierte en el personaje principal, un organismo vivo con pensamientos y voluntad que le son propios. Bava era un perfecto artesano y sabía cómo crear una tesitura, donde cada sonido, cada movimiento de cámara y cada objeto estuvieran cargados de misterio y desazón.

Just my cup of tea.


12 de abril de 2009

MIRANDO LAS ESTRELLAS: Corín Tellado (1927-2009)


Ha muerto Corín Tellado. El Stephen King de la novela romántica. La escritora más vendida y leída en lengua española, sólo superada por Cervantes. Una artista tan valorada y querida por su fiel público, como vilipendiada, ignorada y despreciada por la crítica y la élite literaria de nuestro país. Una creadora de provincias, asturiana para más señas, que escribía por el puro deseo y la necesidad de escribir. Capaz de acumular una producción en vida de más de 4000 novelas y de miles de relatos, con la mirada siempre puesta en el pueblo y por el pueblo, y con la única pretensión de evadir de su vida cotidiana a sus lectores. El hecho de que muchos de éstos aprendieran a leer con ella, seguro que fue algo que la llenó siempre de orgullo, al igual que la falta de respeto que sus compañeros literatos le profesaron tuvo que ser una dura losa que hubo de cargar toda su vida.

Yo no he leído nunca una obra suya y probablemente nunca lo haré. No es mi género y por lo tanto no me atrae de antemano. Eso no es ápice para que considere su pérdida una de las más importantes que hayan sucedido en los últimos tiempos dentro del estamento cultural español, tan raquítico y querido de sí mismo, y que muy pocas veces ha sabido hacer feliz a su público. El nombre de Corín Tellado ha sido para mí a la literatura lo que grandes artesanos populares y trabajadores estajanovistas como Mariano Ozores, Pedro Lazaga, Rafel Gil o Ignacio F. Iquino, fueron para el cine español. Una ráfaga de frescura y sencillez cargada de puro entretenimiento. Un placer en bolsilibro. El faro de una generación Bruguera de Marciales Lafuente Stefanias, Silver Kanes y Víctores Moras, ya hoy irrecuperables. Algo tan necesario como el respirar.

10 de abril de 2009

WE LIVED AMONG THE PEOPLE: Piloto - Un cadáver en Black Lake / Asesinato en Twin Peaks

Dirección: David Lynch / Guión: Mark Frost y David Lynch

Lady Leño (Introduciendo el episodio): It is a story of many, but begins with one - and I knew her. The one leading to the many is Laura Palmer. Laura is the one.



El episodio piloto de Twin Peaks, el que dio origen a todo, es una de las más grandes obras maestras de la filmografía de David Lynch, y es sobre todo un impresionante tratado sobre la pena, el dolor y la tristeza, sin que eso evite esporádicas apariciones del humor surrealista que pasará a ser característico de la serie o el entramado de relaciones sentimentales que unen a casi todos los personajes.



Los habitantes de este pequeño paraje al norte de Washington se ven trastocados con la súbita aparición del cadáver de Laura Palmer, una de las bellezas del instituto y supuesto modelo de conducta, que hace salir a la luz la podredumbre y corrupción que corroen a muchos de los pilares y miembros de esta comunidad. Pero lo que parecería ser un asesinato aislado se va descubriendo poco a poco como algo mucho más profundo y malsano, que llevará a tener como vecino temporal en el pueblo al agente especial del FBI Dale Cooper.



Con una duración de hora y media (que son unas 2 horas con anuncios, el doble que un episodio normal), este episodio piloto funciona casi igual de bien como introducción a la serie que como película aislada. De hecho, por razones contractuales se filmó un final cerrado para el episodio con la intención de lanzarlo como una película aislada en Europa. En España apareció en vídeo antes de la emisión de la serie por Tele 5 con el título de Asesinato en Twin Peaks (1990). Si bien es un final apresurado, con poco sentido y que sobre todo deja los muchos hilos argumentales que ha ido exponiendo el episodio en el aire, también es cierto que en él tienen su primera aparición todos los elementos sobrenaturales que harían única a la serie, y que éstos además son tan poderosos que el propio Lynch los recicló en su mayoría para episodios posteriores. Como la parte central de este final alternativo será mostrada en la serie en sus episodios segundo y tercero, hablaremos más de él en los comentarios de esos capítulos, aunque puedo adelantar que la secuencia más extraordinaria e inolvidable del universo Lynchiano, la que presenta la habitación roja y al hombre de otro lugar, es fruto de ese final alternativo.



Aunque su secuencia de apertura, aquella en la que Jocelyn Packard canturrea una canción frente a un espejo y parece presentir que algo anda mal, está muy vinculada aún al universo de Lynch anterior a esta serie (especialmente a Terciopelo Azul (1986)), pronto el capítulo introduce pequeñas dosis del humor extraño que la haría tan popular y una humanidad que mira de frente al dolor de sus personajes, que nos devuelve al Lynch más puro y sentimentalmente sincero de El hombre Elefante (1980), prefigurando a la vez logros posteriores de su autor como Una historia verdadera (1999). En muchos aspectos, se puede decir que Twin Peaks marca un punto y aparte en la carrera de Lynch, aunando sus logros anteriores y proyectándolos hacia un futuro arrebatador dónde aún esperaban Carretera Perdida (1997), Mulholland Drive (2001) o la misma Twin Peaks: fuego, camina conmigo (1992).



La colaboración en la creación de la serie y en la escritura de Mark Frost, aporta un dibujo de personajes y de tramas solido y muy atractivo; una dosis de seguridad que el autor de muchos de los guiones de Canción triste de Hill Street (1981/87) sabía perfectamente como proporcionar. Ya en este episodio piloto se presentan casi todos los personajes principales de la serie (que no son pocos) y enganchan al espectador desde el primer minuto con sus personalidades, sus dilemas, sus miserias y sus romances. A esto ayuda un casting de ensueño, mezcla de rostros familiares del universo pretérito de su autor con una buena dosis de caras nuevas, y con la presencia de una sustancial dosis de pasadas glorias en papeles que ayudarían mucho a devolverlos a la actualidad en su momento, como es el caso de la pareja protagonista de West Side Story (1961) formada por Richard Beymer y Russ Tamblyn, a los que se les asigna los roles de Benjamin Horne y el Dr. Lawrence Jacovy, dos papeles extraordinarios.



Pese a que el episodio se centre en buena parte en todas las vertientes del dolor y en la desestabilización del mundo que los habitantes de este pueblo creían hasta entonces garantizado, la conmoción del asesinato de Laura Palmer y la identidad de su misterioso asesino se ven muy bien acompañados desde el primer momento por un buen número de subtramas y de historias de cama que salpican a todo el pueblo. Lynch no trata en ningún momento de ocultar su deseo final de crear su propio culebrón, con presencia de lo paranormal y jugando siempre con las convenciones del género, pero culebrón al fin y al cabo. Por si quedara alguna duda, a la vuelta de la esquina espera la aparición del culebrón dentro del culebrón Invitación al amor, que es seguido (e imitado) por todo el pueblo.



La belleza visual de la serie y su ritmo tranquilo pero desasosegante, también está muy presente ya desde este mismo piloto, y se puede comprobar no sólo en su hermosa fotografía invernal de paisajes de montaña lluviosos, arboles al viento, semáforos perdidos en la oscuridad y cascadas que se precipitan al vacío, sino también en su cuidada dirección artística, en la que todas las casas están cargadas de la personalidad de sus habitantes y los espacios y objetos que descubrimos acaban resultando tan inolvidables (el puente donde aparece Ronnette Pulaski, el tren abandonado dónde se perpetró el crimen, la serrería, el hotel) como el resto de la serie.



No se nos puede olvidar señalar la importancia del trabajo de Angelo Badalamenti como compositor de la serie durante toda su andadura. Suyos son los temas inolvidables que terminan de dibujar las imágenes de la serie, muchos de los cuales hacen aquí ya su primera aparición, y que resultaron de un atrevimiento formal extraordinario en su momento, llevando desde este mismo piloto la serie a categorías hasta entonces destinadas a las obras cinematográficas más ambiciosas y que resultaban impensables en un trabajo para la pequeña pantalla.



Lo que esta presentación al universo de Twin Peaks nos deja claro es que sus autores son libres y están dispuestos a romper con todas las convenciones y convulsionar de paso el formato televisivo como pocas veces había ocurrido en su historia. La televisión moderna daba aquí un salto de gigante empujada por el éxito inmediato (y quizás inesperado) que disfrutó la serie y por la audacia y falta de temor de sus máximos responsables. Es cierto que Lynch abandonaría las riendas del invento durante un largo periodo, obligado por sus compromisos con su película Corazón salvaje (1990), y que la CBS, pese al éxito que se encontró casi sin buscar, nunca trató nada bien a la serie (siendo en buena parte responsable de su prematura cancelación cuando iniciaba una nueva época dorada,) pero el resto de talentos que se juntaron en torno a esta aventura lograron que toda su corta travesía de 30 capítulos quedara grabada a fuego en las retinas de los espectadores y en los anales del medio.



Se trata pues de un piloto al que se puede volver una y otra vez para dejarnos fascinar por la manera en que filma Lynch los sentimientos más humanos (el dolor de la madre de Laura al conocer su fallecimiento o la reacción de sus compañeros de instituto, la escena de amor pasional entre James Hurley y Donna Hayward, el conmovedor levantamiento del cadáver), las situaciones más inesperadas (la reunión de moteros en un bar de carretera para oír cantar a Julee Cruise, la cabeza de ciervo en una mesa de la comisaría, la obsesión de Nadine por el engrasado de los rieles de las cortinas) o el choque del universo del hombre de ciudad (el espectador en buena medida) frente a los misterios milenarios del campo (personificado en la fascinación del agente Cooper por el costumbrismo del lugar, con sus continuas observaciones sobre los árboles, la comida, los animales…). Hay mucha tierra que escarbar y esto sólo acaba de empezar, el viaje se presenta, se lo garantizo, apasionante.





Souvenirs de Twin Peaks


Cafeína y tarta de cerezas - Demasiadas imágenes con las que quedarse de este episodio: Laura Palmer envuelta en plástico; el teléfono caído desde el que llora desconsoladamente Sarah Palmer; la alumna que cruza corriendo y llorando el patio del instituto; Ronnette Pulaski caminando ensangrentada y con la mirada ausente por el puente o la aparición de un pequeño trozo de papel en el que está escrito la letra T bajo la uña del dedo anular de la propia Pulaski.




La habitación roja - En este piloto los elementos sobrenaturales tienen una presencia casi subliminal o todavía desconocida para el espectador. Es el caso del brevísimo plano de Mike, el hombre manco, saliendo del ascensor o de la casi indetectable primera aparición de BOB al final del episodio, reflejado en uno de los espejos de la casa de los Palmer.




9 Pisos y media escalera