26 de mayo de 2008

BOLA EXTRA: Indy y yo

Sigo llegando tarde. Ya se está haciendo una costumbre. A la espera de poder ponerme a escribir el artículo sobre mi particular trilogía de Indiana Jones y de ver su última entrega (ambas cosas espero que sucedan esta semana), os dejo un pequeño adelanto de mi personal celebración sobre Indiana (en este caso sobre el personaje oficial), que escribí destinado a la hiperfiesta organizada por Noel en Indy y nosotros (pinchad aquí para acceder al artículo resumen de la celebración, desde el cual se puede acceder a todas sus entradas; merecen mucho la pena), pero que como digo no llegó a tiempo por unas horas (lo siento Noel).

Aunque no es costumbre por aquí seguir la actualidad cinematográfica o comentarla, esta semana Indiana será una pequeña excepción. No en vano su nueva aventura supondrá mi regreso a una sala cinematográfica (como espectador) después de muchos meses; pero eso sí, no esperen ver por aquí un artículo sobre lo que me ha parecido esta última entrega (lo más será un pequeño apunte, llegado el caso).

Aquí está, pues, el relato de mi conexión con Indy, su universo, y con Spielberg por ende.



En el templo



Creo que aún no había cumplido los 6 años, la noche en que en una hermosa y gran sala de proyecciones de provincias, en una villa perdida del norte de España, mis ojos contemplaron mi primera película adulta. Su título era demoledor: Indiana Jones y el templo maldito (1984), y a partir de ahí todo cambió.

Ya en las navidades del 82, con sólo 4 años sobre mis espaldas, Steven Spielberg me había derrumbado absolutamente en la butaca con E.T., el extraterrestre (1982). Ésta es la primera película de la que tengo un claro recuerdo como espectador, por lo que podría decirse que fue mi primera película, aunque tampoco lo puedo asegurar. El acontecimiento lo redondeó el hecho de que por primera vez acudía a un cine de la capital del reino, aprovechando un viaje familiar. Me costó múltiples ruegos e insistencias a mi familia, y la experiencia tuvo su miga, con una platea abarrotada y entregada, y con los ojos y el corazón del niño solitario que yo era abiertos como platos. Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Al año siguiente llegarían las películas de Walt Disney y puede que alguna otra infantil, pero habría de esperar hasta finales de 1984, para que ante mí volviera a cruzarse Spielberg. Fue otra ocasión de estreno, con el cine a reventar, y en la que ya mi mente imaginaba las múltiples experiencias nuevas que iba a poder contemplar en la pantalla, mientras aguardaba con mis padres en la cola para las entradas y miraba una y otra vez el bellísimo póster del film. Me había costado mucho trabajo convencerlos para poder participar en una de sus noches de sábado cinematográficas. Esas noches siempre me tocaba quedarme en casa de mis abuelos, sabiendo que mis padres acudían a ese lugar maravilloso dónde todo era posible; pero esa noche me negué en redondo a no acompañarles, sin saber siquiera qué película iban a ver. A mi padre, que siempre fue muy liberal en ese aspecto, no le pareció mala idea; después de todo si la película me impresionaba negativamente ya no daría más la paliza y si me gustaba haría que creciera más rápido, que era algo que él deseaba fervientemente. Pero mi madre fue mucho más dura de roer, se temía que la película pudiera ser demasiado fuerte y hasta el último momento se negó, a pesar de que ella siempre había actuado en este tipo de disquisiciones como la parte a mi favor.

Recuerdo que ya sentados en las butacas, muy cerca de la mastodóntica pantalla, estaba preso de un ataque de excitación y me arrodillaba sobre la butaca contemplando a mis espaldas la platea, viendo la impaciencia en las caras de la gente (estaba claro que sabían lo que venían a ver), y comprobando feliz que no había otro niño a la vista. Había conquistado el territorio adulto. Cuando las luces por fin se apagaron y empezó el espectáculo (tras la inevitable tanda de anuncios) con el impresionante número musical de apertura, me embarque en una montaña rusa sin freno de pura emoción, aventura y magia, que sólo se veía frenada de cuando en cuando por las insistencias de mi madre para que no viera tal o cual cosa: que me podían impresionar (especialmente en las secuencias del banquete y en la de la extracción del corazón). Ella, que nunca fue muy dada para este tipo de escenas, sí que se impresionó y lo pasó muy mal con ellas, y también con la de los bichos, pero yo disfrutaba y reía como un enano (que es lo que era). Y es que mi madre no podía comprender que para un niño como era yo, todas esas excursiones al lado oscuro no podían ser más que un motivo de orgullo y de probado valor para mi vida cotidiana, y que servían además para alimentar la parte sádica y violenta que todo niño lleva dentro (bien que saben esto todos los grandes escritores de cuentos infantiles). La película terminó, Indy se había convertido ya en el padre ideal y Tapón en mi sosias: el niño que vivía mil y una aventuras exóticas y legendarias, el que yo mismo deseaba ser. Pero aún más importante, desde esa misma noche se despertó en mí un deseo que aún hoy sigue vivo como una llama desollante: quise saber quién era el responsable de ese gran juguete, quién estaba a los mandos. Y así fue como descubrí lo qué significaba la figura del director, y supe también que tanto E.T. como Indiana Jones provenían del mismo señor barbudo.

Indiana Jones y el Templo Maldito fue para mí la cumbre del espectáculo durante muchísimo tiempo, y aún hoy, pese a ser la película menos querida de la trilogía por los aficionados, es a la que estoy más unido sentimentalmente. Todo estaba ya allí para mí. No sólo el genio narrativo de Spielberg, que aunque se apagaría un poco a partir de ese momento no acabaría de morir nunca, sino también su inmenso sentido de la maravilla (ese sí que tras esta película sólo lo ha vuelto a recuperar realmente con la saga de Indiana), y de la aventura, y del humor... e incluso del horror. Espero que el Spielberg serio y no completamente inspirado de los últimos años, vuelva a dejar un hueco abierto en esta cuarta entrega de Indiana Jones al genio juvenil que fue; ya que, en cierta manera, ésta es la prueba de fuego del barbudo para saber si es capaz todavía de maravillarnos como antaño o si ya sólo queda en él un reflejo imitativo de aquel pequeño gran hombre que en poco más de 10 años logró poner patas arriba a la industria cinematográfica, y recibir por ello merecidamente el apelativo de Rey Midas de Hollywood. La suerte está echada.

5 comentarios:

J.E. Alamo dijo...

Merecida loa y pequeño tirón de orejas, también merecido, a quien ha sido capaz de crear un "héroe" a la altura de Tarzán, Batman, Superman, etc. Espero igual que tú, que el Rey Midas saque oro de nuevo. Mientras tanto... ¡Qué viva Indy!

Guardian dijo...

Mañana jueves lo sabré, aunque algunas cosas que he leído (pocas, he intentado mantenerme virgen) me hacen dudar que lo haya conseguido. Por lo menos espero que me entretenga y divierta.

Ya me contarás tu opinión también cuando la veas.

Rodi dijo...

Me ha encantado este post nostálgico, que recuerdo me ha traido...

Yo la primera peli de Indiana Jones que fui a ver al cine fue "La última cruzada" y es uno de los mejores momentos que recuerdo haber pasado en una sala de cine (también podría hacer un post como el tuyo con "La última cruzada", jeje).

¿Qué pareció la cuarta entrega? Por un lado me ha decepcionado (demasiadas espectaitivas) y por otro me lo pase pipa con ella.

PD: Enhorabuna por el post.

Saludos.

Guardian dijo...

Sí, supongo que en el fondo era un recurso fácil, pues la mayoría podemos hacer nuestro post de la primera vez que vimos en el cine a Indiana y serían todos muy parecidos; pero me alegro que te gustara igualmente.

En cuanto a la cuarta... como por fin he colgado mi especial sobre la "auténtica" trilogía y en él dejo caer mucho (sino directamente todo) sobre mi opinión de la última entrega de la "otra" trilogía, te emplazo a que lo lo leas y la descubras allí (y así de paso me dices que opinas del post, jeje). Aunque ya te adelanto que es más negativa que la tuya. :)

Rocio dijo...

Me gusta mucho recordar pelis viejas ya que soy una amante de los clásicos y por eso cada tanto vuelvo a verlas. Recuerdo que en un viaje a disney en cuotas que realice me la pase en el hotel viendo películas porque no paraba de llover