16 de marzo de 2009

CRÍMENES LITERARIOS: Bajo la influencia


Un hermoso maletín de cirujano con un interior forrado en lo que podemos adivinar como terciopelo rojo, se abre ante nosotros y nos muestra pulcramente sus instrumentos de vivisección; un camino para analizar, descubrir y adentrarse en otras realidades, que no podía ser mejor puerta de acceso para un volumen cuyo subtítulo reza Libro de versiones, remezclas y otras formas de plagio.

Desde el principio se nos hace conscientes de que no estamos ante un libro de cuentos al uso; de hecho nada más lejos de cualquier idea previa que el lector se pudiera hacer en ese terreno. Si en algo es tremendamente eficaz esta obra, es en descolocarnos en todo momento de la manera más suave y dulce posible. No me había dado tanto placer andar perdido dentro de un libro, probablemente desde los tiempos de La historia interminable (1979).



La pluma de Daniel Miñano Valero no duda desde un primer instante en jugar a una meta-literatura, o mejor aún, a una deconstrucción literaria que es a la vez la del propio autor/personaje (las diferencias reales nunca se nos aclararan, ni nos debieran interesar) y la del proceso de escritura del propio libro. Pero esto, que podría traducirse a priori como una clara concesión a la modernidad y al atrevimiento de formas de un escritor novel, consigue llegar al lector con la sencillez de un mago que explica sus trucos con objetivos claramente didácticos. Por momentos, la experiencia de leer algunos pasajes del libro recuerda a los análisis que Hitchcock hacía sobre su propia obra, en cuanto ambos creadores nos detallan de manera precisa de dónde procede su inspiración y cuáles son las reglas del juego, sin que por ello el resultado de su trabajo se resienta.



En el caso que afecta a este libro, el principal desmembrado, el cabeza de turco, es la utopía de la originalidad. Toda la obra, así como buena parte de las reflexiones de su autor giran alrededor de este escurridizo concepto, tratando en todo momento de negarlo y hasta de justificarse ante sus propios relatos. Plantear el libro a la manera de un disco de versiones, que cuentan todas con un mismo intérprete, le permite reafirmar desde lo más básico una autoría fantasmal con rasgos muy marcados, pero que escapa a géneros, estilos y argumentos, logrando esfumarse entre los huecos de las palabras sin dejar por ello nunca de estar presente.

Tras la lectura completa del libro, el poso que éste deja son buena parte de sus cuentos y la gran capacidad de evocación que Miñano Valero logra transcribir al papel, gracias sobre todo a jugar a estirar la fina línea que separa realidad de ficción hasta hacerla, en sus momentos más logrados, casi indetectable. De esta forma, tras leer algunos de sus relatos, el lector siente la urgencia de agarrarse a las pistas concretas (¿y reales?) que el autor ha ido dejando en ellos, con el fin de confirmar que al menos parte de lo que ha leído es real o ha podido suceder: la magia, por tanto, de la mejor ficción.



Dentro de los cuentos hay dos estilos diferentes que se cruzan, no siempre con idéntica fortuna. Tenemos narraciones situadas en lugares y momentos lejanos, que parecen extraídas del folclore, de los mitos y las leyendas, junto a cuentos más cercanos en el tiempo o incluso situados en la contemporaneidad. Algunos de ellos, como El cabello o Cuerpo (éste, pese a su exceso de estilo), logran hablar de tú a tú con las historias milenarias, pero en otros casos , como en Cementerio de Montjuic o (el muy logrado aunque un poco ajeno al resto) La historia de los Williamson, con el que se cierra el libro, la unión acaba siendo más forzada, salvándose más por su simpatía con la parte actual, que hace de puente entre los relatos, que por su coherencia con el conjunto de éstos. Consecuencia lógica del riesgo de navegar entre dos aguas.



Todo su esqueleto contemporáneo y lo que se adivina como derivaciones autorreferenciales (sí, lo sé, he dicho la palabra maldita), así como el recorrido por los diferentes referentes culturales de su autor (especialmente en el terreno literario y musical), salpican el conjunto del libro, logrando, no obstante, intercalarse fluidamente en la lectura de los cuentos, e incluso acercarse al ideal romántico que el autor persigue en estos últimos (no por ello sin caer en algunos excesos). Es cierto que ayuda mucho a esta impresión final el último capítulo del libro, que cómo he dicho es el que contiene uno de los cuentos más alejados del espíritu del conjunto, pero también es el que acaba por hermanar sus dos mundos casi antitéticos.



Pero si bien al libro se le pueden poner pegas en la consecución de sus objetivos como obra global y como tratado creativo sobre el origen de las ideas, es mucho más difícil encontrárselas en la plasmación en forma de relatos de esta apuesta. No sólo formalmente es un volumen rico en matices, de prosa trabajada pero de lectura fácil, enriquecido con múltiples conocimientos de las más alejadas fuentes (religiosas, filosóficas, biológicas, antropológicas; nada escapa a la sed de saber que embarga al autor), sino que además descubre un más que potencial escritor en lo que resulta sin duda la más grande y placentera revelación del libro: la extraordinaria facilidad de Daniel Miñano para mimetizarse con las reglas básicas de la narración de los relatos primigenios.

Pareciera que es por ese camino del análisis y la reflexión de autores y relatos por el que ha sabido destilar el secreto de la narratividad, pero sólo es necesario leer una vez cuentos de la sensibilidad, delicadeza y deseo de inmortalidad de El cabello, Leyenda del hombre olvidado, La extraña historia del séptimo hijo de Dunia y Huhhu o El circo y la doncella, para darnos cuenta que hay mucho más que imitación en lo que cuesta aceptar como primeros balbuceos de este escritor.



A esta sensación de pureza y universalidad ayuda mucho el que nos hallemos ante una apuesta difícil de encontrar en nuestros días, como es la de un libro de relatos ilustrado, alejado del mercado infantil y juvenil. Aquí la comunión del texto con las bellísimas y evocadoras ilustraciones de Silvia Cuello no podía ser más perfecta, lo que nos hace retrotraernos a la sensación irrepetible de las primeras lecturas iniciáticas. Es por ello que la unión de forma y fondo utilizada en la búsqueda del perfecto libro de cuentos para adultos, se rebela de un acierto emocionante.

El lector atento no debería dejar de detenerse en piezas de escritura perfectamente construidas como El informe Kanzuke, con su regusto ciber-punk y el siguiente comienzo, literariamente demoledor:


Su Tokio aún es una gran ciudad, capital de la isla de Japón, situada en la tierra a una latitud de 35,42° Norte y una longitud de 139,46° Este. La inmensa metrópoli, vista desde el cielo, describe una espiral perfecta. En el brazo derecho de esa espiral, entre cientos de calles y laberintos, existe un callejón perdido, donde vive, aislado del mundo, Takeshi Kanzuke.


También en la relectura no buscada de The Midwich Cuckoos (1957) llevada a cabo en Edgardo Salmerón Loza, en la narrativa victoriana de asesinatos misteriosos que aparece en La historia de los Williamson, en el mecanismo de relojería literario que encierra la segunda versión de Vida y muerte de Eduardo de Saavedra, y todo esto sin olvidar los pequeños y encantadores cuentos de una o dos páginas que se despliegan por todo el libro.



Pero más allá de sus fortalezas y de sus debilidades, esta primer obra de Daniel Miñano Valero nos sirve para descubrir a un escritor con un estilo e intereses, que pese a tratarse de su opera prima, se revelan como ricos y elaborados; con un universo tan personal como universal, y con algunas fijaciones (sobre el tiempo, el amor entendido como sacrificio o las reglas de la creación y el sentido que tiene el hombre dentro de ellas) que prometen deparar grandes obras futuras, intuidas fácilmente bajo los sorprendentes pasos firmes del presente debut.



Nota: los dibujos que acompañan este texto son bocetos a lápiz inéditos (excepto el cuadro que pueden ver a continuación, que significó el origen de la colaboración entre Daniel y Silvia) y descartados para el libro final por diversos motivos (principalmente por problemas de tiempo), que si bien no muestran el refinamiento de las ilustraciones a tinta que podemos encontrar en él, conservan intacta la fuerza del trazo, del motivo y del encuadre que hace que todos ellos resulten tan fascinantes. Desde aquí, agradecer a su autora, Silvia Cuello, el haberme dado permiso para utilizarlos para vestir esta entrada.


3 comentarios:

J.E. Alamo dijo...

¡Qué ganas tengo de pillar el libro! E insisto, ya lo comenté en otra entrada, Silvia es una ARTISTA.

Anónimo dijo...

Que tio más majo hombre! :D Muchas gracias por tus comentarios! Oye, que si necesitas portadista para tus próximas novelas ya sabes ;p. Por cierto, que El enviado me lo pasó Dani y me gustó mucho!.

Silvia.

J.E. Alamo dijo...

¡Muchas gracias, Silvia! Oye, voy a tener en cuenta tu propuesta, es más si se te ocurre algo para lo que ya le he pasado a alguien que sospecho está muy cerca de ti...:-D