La sangre manda
USA
Dirección: Tod Browning
Guión: Tod Browning, Herman J. Mankiewicz, Elliott J. Clawson y Joseph Farnham
Singapore Joe: Soy Singapore Joe. Esta barraca es mía… Deberías conocerme…
Aunque la única copia que se conserva de esta película está claramente incompleta y adolece de importantes lagunas narrativas para la comprensión total de la historia, esto no es un inconveniente para recomendar encarecidamente su visión a todos los amantes del género macabro, y especialmente a los que quieran seguir ahondando en la filmografía de uno de sus más grandes creadores: Tod Browning.
Si no me cabe duda que la mayor parte de lectores de este blog ya habrán devorado con ansia esa obra maestra llamada Freaks / La parada de los monstruos (1932) (sino, no sé a qué están esperando), y seguramente también le habrán echado el guante al clásico Drácula (1931) con Bela Lugosi (por otro lado, una de las películas menos conseguidas de su autor), existe toda una corriente que atraviesa buena parte de la filmografía de Browning y que le confiere una de sus mayores despuntes de personalidad, que es la larga colaboración que estableció con el gran actor Lon Chaney (el hombre de las mil caras) de la que se alimentaron mutuamente sus respectivos talentos, legando para la historia un puñado imprescindible de obras maestras y quedando como una de las más largas y fructíferas colaboraciones artísticas actor/director (a la altura de De Niro/Scorsese o Mastroianni /Fellini) que se pueden encontrar en el cine.
Entre la gran cantidad de obras mayores que este tándem realizó (y que puede que analicemos con más detenimiento en algún ciclo posterior), esta película no resulta una de sus más significativas; aunque es imposible opinar sobre qué nos parecería la película completa, de encontrarse ésta algún día. De todas formas, como todas sus colaboraciones, no deja de ser un plato exquisito para todos los Guardianes con buen olfato para lo depravado y las muestras de amor por lo diferente.
Una vez más, Browning vuelve a dar muestras de esa empatía y comprensión por los más desfavorecidos, por los freaks de nuestra sociedad, y casi como un acto político se empeña en reivindicar (allá por los años 20) su derecho a poder acceder al amor, al cariño y a la comprensión (aunque casi siempre nos recuerde que la realidad para estos seres suele estar teñida de tragedia). Para ello utiliza la historia de un padre descarriado que hubo de abandonar el cuidado de su hija, por lo que se ha visto obligado a contemplar desde la distancia su evolución vital; no obstante, no ceja en tratar de protegerla de los sufrimientos, a pesar de que con ello haga caso omiso de los propios deseos que la joven desarrolla.
También aquí, como es norma en él, Lon Chaney vuelve a confirmar lo correcto de su apodo y lleva a cabo una nueva transformación que destaca especialmente por las claras de huevo que utilizó en uno de sus ojos para dejarlo en blanco. Sus técnicas, pasito a pasito, dejarían sembrado todo el arte práctico del maquillaje de caracterización para todas las generaciones posteriores. Pero es como siempre su conmovedora capacidad para humanizar hasta el extremo (y dentro de las limitaciones del cine mudo) al personaje más depravado y salvaje que le pueda tocar interpretar, junto a la mirada inigualable a los bajos fondos de la sociedad que destila Browning en cada fotograma, lo que hace de este film, como de todas sus colaboraciones, una experiencia exigente pero ineludible.
Las Claves del Caso
Pericia Criminal: la magia que desprende cada colaboración del tándem Browning/Chaney con su personal e inconfundible mirada hacia el reino humano de las sombras; la conmovedora caracterización de Lon Chaney, sin olvidar a Kamiyama Sojin cómo sibilino villano; la entidad dramática y la capacidad de evocación que logra extraer Browning de todos los escenarios (maestro siempre en la composición de los espacios); y la fuerza en general que desprende todo el conjunto (destacando especialmente la música hipnótica que acompaña la versión con intertítulos en francés a la que he podido acceder), a pesar de estar la copia descalabrada.
Bajos instintos: nada explícito, como era de esperar, pero el erotismo y los instintos más malsanos están a flor de piel en los momentos necesarios, como corresponde a ese gran periodo de libertad (con clase) que fue el cine mudo.
Pistas Delatoras: el problema principal que juega en contra de la película es la propia copia incompleta que ha sobrevivido hasta nuestros días. Por mucho que los elementos que se nos muestren sean jugosos y dejen ver talento y calidad, la sensación de disfrute pleno y de inmersión en el filme (más que de comprensión) que podría haber surgido de la copia completa se nos escamotea, y con ella la posibilidad de un juicio más objetivo; también hay que admitir que Browning no está tan pleno de recursos e inventiva como en otras ocasiones.
7 Pisos y media escalera
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