Dirección: David Lynch / Guión: Mark Frost y David Lynch
El Hombre de Otro Lugar: Where we're from, the birds sing a pretty song and there's always music in the air.
El 19 de abril de 1990, los telespectadores de Estados Unidos que sintonizaron esa noche la CBS pudieron vivir un momento irrepetible en la historia del medio de las ondas hertzianas, que hoy, casi 20 años después, sigue pareciendo muy difícil de superar.
Twin Peaks ya había entregado dos entregas (contando su episodio piloto) y con eso ya le había bastado para hacer historia. Lo que Lynch y Frost aportaron a la televisión, simplemente con el episodio piloto, sigue siendo el caldo de cultivo de casi todas las series contemporáneas, pero la imagen que aún hoy el público conserva de Twin Peaks, aún cuando la hayan visto hace mucho tiempo o conozcan poco de ella, quedó grabada a fuego en este episodio. Si la serie parecía que ya había establecido todos sus cimientos en su arranque, Lynch se encargo de rehacerlos, ampliarlos y superarlos tan sólo dos episodios después, convirtiendo Twin Peaks en algo completamente insospechado, que aún hoy mantiene casi toda su pegada inicial, aunque hace falta hacer un esfuerzo de ponernos en situación temporal, para entender lo que este capítulo (y sobre todo su final) significó para el espectador de entonces. Habría que remontarse seguramente a lo que Alfred Hitchcock había llevado a cabo tres décadas antes en el campo cinematográfico con Psicosis (1960), para entender el shock, la estupefacción, el riesgo y la capacidad perturbadora, que esta obra maestra de apenas 45 minutos supuso en su día.
Lo cierto es que el capítulo arranca fuerte desde su primer plano (un plano fijo de una cena en casa de Benjamin Horne, sostenido durante todo un largo minuto) y a los pocos instantes da buena cuenta de su inigualable y personalísimo humor, con un chiste sexual de dudoso gusto, en el que se compara el olor de un bocadillo francés de queso brie y mantequilla con el olor del sexo de una amante común de los hermanos Horne (nótese el parecido del apellido familiar con la palabra inglesa horney –vulgarmente, caliente-). Aquí podemos ver también la revisión y mejora de la secuencia del capítulo anterior en la que Lucy hablaba con la boca llena, siendo aquí Benjamin Horne el que se llena la boca al máximo con el bocadillo y suelta una serie de frases casi ininteligibles, antes de que los dos hermanos se pongan cachondos y decidan visitar el prostíbulo Jack el Tuerto. Jerry, el hermano pequeño de Ben, hace así su primera aparición, regresando de su viaje por Paris y presentándose rápidamente como un nuevo personaje muy peculiar en el universo Peaks. Ya en el casino-burdel, situado en territorio canadiense muy cerca de la frontera, descubrimos un nuevo detalle importante en la trama: la mayoría de chicas que trabajan allí, aparte de ser peligrosamente jóvenes, tienen en común haber trabajado antes en la sección de perfumería de los almacenes propiedad del propio Benjamin Horne.
Por otro lado, en una secuencia con una extraordinaria y aterradora fotografía nocturna muy propia de Lynch, somos testigos del encuentro en el bosque entre Bobby Briggs y Mike con Leo Johnson y un misterioso individuo oculto en las sombras, del que no se desvelará su identidad en ningún momento de la serie, aunque puede llegar a deducirse quién es después de ver ésta y la película precuela. Leo amenaza a los dos jóvenes de muerte si no le entregan el dinero que le deben de sus trapicheos con drogas, y que está retenido en una caja de seguridad que tenía en el banco la difunta Laura Palmer.
Pero es unas pocas secuencias después, cuando asistimos a uno de los momentos más inolvidables y parodiados de Twin Peaks, y en el que por primera vez se ponen de manifiesto las cualidades metafísicas y la creencia y confianza en el mundo paranormal del agente Cooper, que pasará a utilizar estos elementos como una parte clave en la investigación y esclarecimiento del asesinato de Laura Palmer y del resto de los misterios del lugar. Tras una breve pero muy completa explicación sobre la región del Tíbet y sobre la influencia que las enseñanzas del Dalai Lama han tenido en su forma de investigar, Cooper se dispone a llevar a la práctica esas enseñanzas, ante el asombro y perplejidad del Sheriff Truman y sus ayudantes, lanzando una piedra a una botella situada a lo lejos, tras oír los diversos nombres de sospechosos que empiecen con la letra J (que Laura escribió en la última entrada de su diario) y señalando su posible implicación en el asesinato según la piedra llegue a tocar la botella, falle el lanzamiento o la rompa. Aunque al pronunciar el nombre del Doctor Jacoby la piedra toca la botella, es con el nombre de Leo Johnson con el que Cooper la hace añicos.
Esta secuencia probablemente habría sido suficiente para convertir al episodio en un momento único de la televisión americana, pero el capítulo aún tenía mucho que entregar. Porque en esta entrega también hacen su primera aparición otros elementos unidos inseparablemente al universo Twin Peaks, como la telenovela Invitación al amor, que para muchos fans se llego a convertir en un misterio tan importante como el del asesino de Laura Palmer, aunque desgraciadamente fue desechada con demasiada rapidez. También aparece un nuevo personaje extraordinario, que viene a llenar el tercer vértice de poder del triangulo encabezado por Cooper y Truman, Albert Rosenfield, especialista forense del FBI, de malas pulgas, pocos amigos y lengua vitriólica, que aparece como una exhalación en la jefatura de policía acompañado de sus ayudantes y poniendo patas arriba el lugar y especialmente a Lucy, hasta que Truman lo coloca en su sitio en uno de los mejores momentos del episodio; lo que hace disfrutar como un niño a un encantado agente Cooper.
Antes de alcanzar su avasallador final, el episodio aún tiene tiempo para detenerse en otros detalles de los habitantes del pueblo que serán de gran importancia en posteriores episodios: Nadine se enfada con Ed por ensuciar sus rieles para las cortinas (y da los primeros síntomas de una fuerza que habría que calificar como sobrehumana), para unos momentos después abrazarle con locura, ya que gracias a él ahora sus cortinas son completamente silenciosas. Josie, por otro lado, encuentra, con la complicidad de Pete, la doble contabilidad que Catherine está llevando en la serrería, y lo que es más importante, Leland Palmer da su primer síntoma de locura, en otra secuencia de una fuerza extraordinaria, en la que se pone a bailar con el retrato de su hija fallecida, chillando enloquecidamente, hasta que Sarah se lo arrebata, haciendo añicos el cristal y cortando a su marido, el cual termina esparciendo su sangre entre llantos sobre la fotografía, en una de las imágenes más perturbadoras del episodio.
Momentos de humor extraordinarios e inesperados como Cooper tocando un silbato al entrar en su habitación o pellizcando la nariz de Truman, Lucy leyendo un libro sobre el Tíbet tras la explicación dada por Cooper, Andy recibiendo una pedrada en plena frente, Cooper escupiendo un café que le acaban de servir por considerarlo extraordinario (mientras se sitúa al lado de una enorme mesa repleta de donuts), o los ya comentados en párrafos anteriores, se mezclan magistralmente con otros de gran romanticismo (como el nuevo aparte entre Donna y James) o de gran poder hipnótico, como el momento en que Audrey se pone a bailar en el café al ritmo de su tema que suena en el Jukebox (y que tendrá no pocas conexiones con el final del episodio), los otros momentos que ya he ido comentando, y sobre todo el propio final.
El agente Cooper termina un nuevo día de investigación y procede a acostarse, momento que Lynch aprovecha para desplegar todo su universo y su mejor capacidad para el desconcierto y la descolocación del espectador, reciclando buena parte del material rodado para el final europeo del episodio piloto. Pocas veces Lynch ha dado en la diana de lo irracional, lo perturbador y el poder surrealista de las imágenes soñadas, como en la secuencia de La Habitación Roja de este episodio. No resulta descabellado afirmar, que en este segundo episodio de Twin Peaks se encuentra la secuencia más íntimamente ligada al universo y la personalidad de su autor, y al mismo tiempo la más reconocible por todo tipo de público como más eminentemente Lynchiana.
Estos últimos diez minutos contienen la primera presentación clara de los personajes de Mike, el hombre manco (que recita el poema escrito por el propio Lynch, que abrió el primer artículo en este blog sobre la serie, y que es por derecho propio otro de los iconos insustituibles del universo Peaks), y de Killer BOB, que dan algunas pistas sobre su pasado, su propia esencia y sus intenciones. También presenta a uno de los habitantes de La Habitación Roja, y probablemente el personaje más ligado a la iconografía de la serie junto al propio agente Cooper o Laura Palmer: El Hombre de Otro Lugar. Un enano vestido de rojo, con expresión alucinada y tendencia fácil para el baile, que además se mueve y habla de manera incómodamente inhumana, gracias a la extraordinaria técnica utilizada por Lynch para filmar la secuencia, haciendo a los actores realizar sus movimientos y decir sus frases al revés, teniendo que aprendérselas fonéticamente, para luego reproducir lo gravado en sentido contrario, creando ese característico y desestabilizador efecto que las secuencias en este espacio contienen.
También en La Habitación Roja hace su aparición la que se presenta como prima de El Hombre de Otro Lugar, que es idéntica a Laura Palmer, y que le dice al agente Cooper al oído quién es su asesino, momento en que Cooper despierta y, con un peinado Tomahawk que nos recuerda que Lynch nunca deja de lado el humor (ni en los momentos más imposibles), corre presuroso a llamar al Sheriff para darle la noticia de que ya conoce al asesino de Laura Palmer, pero que se lo dirá por la mañana, porque la cosa puede esperar. Finalmente, Cooper se queda siguiendo con los dedos la melodía que hemos escuchado en la habitación roja y con la que discurren los créditos del episodio, sorprendentemente con el fondo de El Hombre de Otro Lugar bailando (de manera idéntica al final europeo del episodio piloto) y no con el retrato de Laura Palmer; siendo ésta una de las escasas ocasiones en que esto ocurrirá en toda la serie.
La extraordinaria música de Badalamenti para la secuencia final, debe hacernos conscientes de la importancia musical de todo el episodio y de cómo Lynch y el propio Badalamenti juegan sutilmente a ir introduciendo durante todo éste variaciones a los temas de la serie que el espectador ya va conociendo, destacando momentos de fuerza arrolladora como la música que acompaña al momento de amor entre Donna y James o Leland llorando ante el retrato ensangrentado de su hija, con otra nueva variación musical impresionante.
Sencillamente, el episodio indiscutiblemente más importante de toda la serie y el alma de Twin Peaks.
Souvenirs de Twin Peaks
Cafeína y tarta de cerezas - si bien algunos episodios contienen algunas secuencias que destacan especialmente por encima de las otras, eso no ocurre nunca con los dirigidos por Lynch (qué hubiera sido de la serie de haber sido dirigida en su integridad por él, es algo que resulta imposible tan siquiera de imaginar). Es por eso que aunque la elección de la secuencia de La Habitación Roja o el poema de Mike resulten inevitables, no creo poder hacer distinciones entre unos momentos y otros en un capítulo que es en su totalidad completamente inolvidable.
La habitación roja - como ya he detallado, la aparición de lo paranormal entra en este episodio como una exhalación, con una fuerza que ya no va a abandonar en toda la serie. Los métodos intuitivo-metafísicos con los que Cooper aborda la investigación y todo el sueño de Cooper, marcan el ideario fantástico-terrorífico por el que va a moverse la serie a partir de ahora. Ya nada volverá a ser lo mismo en el medio televisivo americano.
10 Pisos
4 comentarios:
Tremendo el artículo, y alucinante el episodio. Que orgullosa estoy de usted, aunque este mal decirlo aquí. :).
Firmado: la señora del ático.
Leerte es ver de nuevo el apisodio. Magnífico, amigo mío. Señora, tiene usted motivos para sentirse orgullosa y hasta soberbia sin que ello sea pecado. ;-)
Formidable comentario para un capítulo increíble. Definitivamente me estoy reconciliando con Lynch (aunque nunca nos enojamos demasiado, eh...)
Pero, considerando impresionante la escena de la Habitación roja, yo sí destacaría el momento en el que el padre baila cogido a la foto de su hija: una escena realista, sentida, perturbadora, brutal.
Me alegra que todos estén de acuerdo en que este capítulo es sencillamente imprescindible.
Aunque destaqué la secuencia de la habitación roja por su importancia histórica, también he señalado, y me reafirmo en ello, que todo el episodio está a la misma altura y que es difícil quedarse con nada en concreto.
Estoy también totalmente de acuerdo con la brutalidad de la escena del padre y el retrato y de hecho toda esa parte traerá cola...
Publicar un comentario