25 de abril de 2008

BOLA EXTRA: Articuento de Juan José Millás


Dedicado muy especialmente al señor Miñano Valero.

El Articuento de esta semana del maestro Juan José Millás, que ha salido hoy publicado en su habitual columna de la última página de El País de todos los viernes, se lo copio y pego a continuación para deleite de todos ustedes, queridos lectores. Recuerden que lo pueden leer en el diario impreso y también en su edición electrónica aquí.

No lo puedo evitar, se me desbordan mis fluidos criminales ante relatos tan brillantes y perturbadores. Pero esto es sólo un pequeño aperitivo mientras doy los últimos toques a un nuevo crimen del que me siento particularmente satisfecho, y que aparecerá por este Ático este domingo. Mientras tanto, disfruten, disfruten.


No sé, no sé

Un amigo ha practicado en los tabiques de su casa discretos agujeros que le permiten ver lo que sucede en todas las habitaciones cuando no hay nadie dentro. Hasta ahora no ha ocurrido nada, pero él está convencido de que tarde o temprano sucederá algo que cambiará su vida. De pequeños, cuando nos asomábamos a un agujero, veíamos a una mujer en el trance de vestirse o desnudarse. Pero yo creo que estaba dentro de nuestra cabeza, pues siempre era la misma. No es que ahora no tengamos mujeres sin ropa en la bóveda craneal, pero hemos perdido la capacidad de proyectarlas al otro lado de los tabiques. En cualquier caso, la visión que espera mi amigo es de distinta naturaleza. Algo de orden místico, me parece.

El otro día, después de haber comido juntos, estábamos tomando un café en su casa cuando se levantó para acercarse al pequeño orificio que comunica con su dormitorio. Se trataba de una escena tan habitual que no le presté atención hasta que advertí que se entretenía más de lo acostumbrado. Qué pasa, le pregunté. Nada, respondió con el ojo pegado a la pared, ahora voy. Lo cierto es que tardó en regresar a la zona del tresillo. Y cuando se sentó tenía una expresión extraña. Al preguntarle si había visto algo, cambió de conversación. Luego fingió acordarse de un asunto urgente y me invitó a que me marchara sin muchas sutilezas. Al salir, hice intención de mirar por el agujero, lo que no suele molestarle, pero me empujó sin contemplaciones hacia la puerta de la calle. Estuve toda la tarde dándole vueltas al asunto. Luego cogí la taladradora e hice orificios en las paredes de mi casa. Llevo un par de días corriendo de uno a otro sin que suceda nada anormal en las habitaciones vacías. Pero cuando me siento a ver la tele, tengo la impresión de que alguien me observa desde el dormitorio. No sé si he hecho bien.

Juan José Millás

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Repito.
Muchas gracias por la dedicatoria. Está claro que este Guardián me conoce a pie juntillas.
Leí el relato en la contraportada del País ayer a la mañana; y confirmé que Juan José Millás es el único columnista digno de ser leído en toda la prensa española.
Es un relato certero como un monstruo perfecto.

Firmado:
Señor Miñano Valero

Guardian dijo...

Ya me extrañaba a mí que lo hubiera dejado usted pasar.

Por cierto, un comentario al margen, como la Señora del Ático me ha indicado que la fotografía que encabeza el artículo le recordaba a un papel con un agujero en medio, quiero explicar que se trata de una fotografía mucho más cósmica, que muestra la superficie del planeta Marte con un gran, profundo y misterioso agujero que se abre a sus profundidades... ¡Si estaba clarísimo!

Queco dijo...

Muy buen relato... y muy inquietante.

Guardian dijo...

Bienvenido señor queco, es un honor tenerle por aquí.
A mí el relato me impresionó desde el primer momento, no solo por el extraordinario giro final en el que nos damos de bruces con el abismo, sino también por la cantidad de temas que trata en solo dos párrafos y por su estilo directo, sin florituras y afilado como una cuchilla de afeitar.

Anónimo dijo...

En este país todos tenemos agujeros abiertos, y no necesariamente son siempre físicos. El cuchicheo, fisgoneo o en definitiva espionaje de baja intensidad para con la comunidad forma parte de nuestro entramado genético. A todos nos importa lo que hace el vecino, a que hora marcha a la cama y con quien. A todos nos gustaría tener un agujerito como el de Anthony Perkins para espiar las pernoctaciones de la habitación contigua, aunque yo de momento me conformo con unos potentes prismáticos que llegan hasta allí donde permiten la transparencia de las ventanas vecinas y lo que veo siempre es interesante, banal pero interesante.

Como (casi) siempre, Millás se luce.

Guardian dijo...

Señor Unabomber, suscribo completamente su certera reflexión. Creo que la parte de artículo de este articuento (el tema social que late debajo) es ese fisgoneo de baja escala, inevitable en nuestra sociedad. Pero además con la sabia y simple reflexión de que al privilegio de poder mirar le suele acompañar a menudo el de poder ser mirado y las correspondientes angustias que esto genera.

Sus potentes prismáticos me recuerdan además al poco uso actual que le doy yo a los míos, a pesar de tener multitud de vistas humanas a mi disposición (mi patio podría servir para un remake, acelerado por la vida moderna, de "La ventana indiscreta"), y también me llevan a la conclusión de que otros potentes binoculares le deben estar observando a usted; puede que incluso en este precio instante.

Me pregunto también si será inherente al ser humano el eterno fisgoneo... ¿existiría ya entre los hombres de las cavernas lo de vigilar al vecino sólo por el placer de hacerlo?

Por otra parte, bienvenido a éste su blog como "comentarista" y muchas gracias por todo el inmerecido apoyo que dispensa a este Guardián desde el suyo propio.